Los fiscalistas decentes suelen abominar de los impuestos llamados “finalistas”, que en una democracia sólo pueden utilizarse de forma demagógica y tramposa. Porque sólo un sacamantecas ideológico o un atracador de votos incautos puede decir que el dinero que se recauda con esto se dedicará para eso otro, cuando al final tanto esto como eso otro y lo de más allá afluyen y se benefician de la caja común del Presupuesto. Si esa fórmula fuera compatible con la higiene intelectual y cívica, todas las partidas del Presupuesto se pondrían a votación. Así, por ejemplo, los gastos en Protocolo, las subvenciones a las ONG, generalmente gubernamentales, las transferencias autonómicas y los apaños a dúo, la burocracia del servicio exterior y así todo. Siempre nos cuentan lo que cuesta mantener los Ejércitos, porque en la tradición soviética abrevó la Izquierda y con ese pienso se conforma, pero ahora basta comprobar el inmenso déficit que acumulan los medios audiovisuales de propaganda oficial, también llamados radio y televisión públicas, para saber que nunca se atreverían los políticos a exhibir en serio las grandes partidas presupuestarias ni a jugar al finalismo fiscal. Pueden ser idiotas, no suicidas.
Sin embargo, el Gobierno de ZP se ha atrevido a asignar, en su estilo dialogante de decretazo y tentetieso, un 5% de los beneficios de las televisiones públicas y privadas al cine español. Además de un atraco injustificado, porque ni el Gobierno tiene derecho a disponer de los beneficios de una empresa privada ni hay una razón confesable para asignar a esas empresas y no a otras el impuesto de marras, resulta de una obscenidad que ni siquiera alcanzó el felipismo en su etapa más corrupta pagar los servicios políticos de agitación y propaganda de esos que se llaman pomposamente a sí mismos “el mundo de la cultura”, pese a constar de un número altísimo de analfabetos. La agitación en las calles, los cines, los teatros y el propio Parlamento contra el Gobierno legítimo de España, entonces del PP, de esa especie de secta titiritera dirigida por una especie de banda de progres asilvestrados donde no hay un solo disidente que se oponga a las órdenes del soviet, funcionó bastante bien para la estrategia callejera de acoso y derribo del PP. Así que el Gobierno de Zapatero y sus aliados comunistas y separatistas, que son más agradecidos que los maricomplejines de la Derecha, los corteses y cortesas de Valdemorillo, han creado lo que en rigor podría llamarse el “impuesto pancartero”, porque está destinado a pagar retrospectivamente los servicios de los titiriteros en su estrategia de adoquín y grito bardemiano en primer plano. Y hay que hacerlo rápido, porque ya estamos enviando tropas a Irak, a Haití y adonde se tercie, y podría darse el caso (difícil, pero no imposible) de que los titiriteros salieran a la calle para protestar un poquito contra el Gobierno de la Izquierda. ¡Eso nunca! ¡Antes ahorcarán a Solbes!