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Los informáticos tenemos nuestras creencias propias, nuestro credo y nuestra fe. En ellas usualmente aparece Bill Gates como el anticristo y el mandamiento único es la ley de Moore. Coge su nombre de Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel, que la enunció allá por el 65. Viene a decir que la potencia de los ordenadores se dobla cada año y medio, reduciéndose el precio por unidad de potencia a la mitad. Esto último es fácilmente observable; no sé si se han dado cuenta ustedes de que el PC medio lleva costando 900 euros desde hace muchos años.

Esta ley no es una ley física sino más bien económica, razón por la que resulta asombroso su razonable y continuo acatamiento. De hecho, no deja de ser una profecía autocumplida, pues su mero enunciado ha servido de guía a los esfuerzos de los creadores de chips, que se esfuerzan en obedecerla. En 1968, el coste de un transistor, que es la base sobre la que se construyen los chips, era de un dólar. Hoy, por ese mismo precio, se obtienen 50 millones.

Recientemente, un artículo del New York Times recogía los rumores de que esta ley pudiera empezar a dejar de cumplirse. Recoge las opiniones de unos de los fundadores de eBay, quien acusa a la fijación por cumplirla, mayor que otras consideraciones como los beneficios, de los males de la burbuja de Internet. Lo saludable sería, por tanto, dejar de tenerla en cuenta. El mismo Moore considera que su ley tendrá vigencia durante, al menos, otra década, hasta que los ingenieros se encuentren con limitaciones físicas insalvables que les impidan duplicar el número de transistores en un espacio determinado.

No obstante, aunque es seguro que los chips de silicio tienen esas limitaciones, nada impide seguir cumpliendo esta costumbre investigando y explotando otras tecnologías. Por ejemplo, los científicos de IBM han estado desarrollando transistores construidos con nanotubos de carbono que les permitirían duplicar las prestaciones de sus primos de silicio más avanzados, y eso sin haberles sometido a muchas de las innovaciones de diseño de las que éstos disfrutan. Puede que el mismo Moore sea suficientemente osado como para predecir los límites de su ley. Yo no me atrevo.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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