Uno de los que afirman esto es, por ejemplo, mi amigo Harold Forsyth, embajador del Perú en Colombia. Asumen que la crítica debe ser ‘constructiva’ y Toledo merece una tregua, lo que implica pasar por agua tibia sus errores políticos. Quien no entienda esta racionalidad podría sufrir incluso una cacería judicial, como ha sido el caso del periodista Álvaro Vargas Llosa.
Lo siento mucho. No tengo vocación de oficialista. No lo fui con Alan García, y menos con Fujimori. Tampoco lo fui con Valentín Paniagua. No veo ninguna razón para serlo ahora con Toledo. Creo que ser periodista en un país como el Perú es sinónimo de ser contestatario, de ser una piedra en el zapato del poder, de carecer de tacto de ginecólogo, siempre.
‘Cuando se abriga una convicción, no se la guarda religiosamente como una joya de familia ni se la envasa herméticamente como un perfume demasiado sutil: se la expone al aire y al sol, se la deja al libre alcance de todas las inteligencias’, decía con punzante acierto el ensayista peruano del siglo XIX, Manuel Gonzáles Prada, en su libro ‘Horas de lucha’.
La función del periodista de opinión es decir las cosas como las ve, en un estilo directo y claro, aun cuando pueda estar equivocado, porque no tiene alma de lacayo. Su rol es el de alejarse de los aduladores del poder y de los cortesanos de las mayorías. En esto se diferencia del político.
Los políticos profesionales hablan siempre como diplomáticos, dicen poco o nada para no ahuyentar prosélitos, se expresan con circunloquios y ambigüedades, con el único propósito de caer bien y ganar votos. No es el caso de los periodistas libres, que lanzan sus ideas sin que les importe herir susceptibilidades ni sublevar la ira del poder o quedarse solos en su posición, aun cuando ello les cueste el puesto.
El periodista de opinión propala su pensamiento crudamente, señala con el dedo, cuestiona y embiste contra los poderosos cuando éstos abusan de su autoridad. Para eso existe: para ser independiente, insumiso, rebelde. Para contribuir a extirpar errores. Para hacer de vigía. Para eso estamos.
El periodista de opinión no hace cálculos políticos. No escribe en función de afectar o favorecer la imagen de un gobierno, un presidente, un ministro, un juez o un parlamentario. Sólo expresa lo que avista y lo que piensa. El columnista es a la política como el DDT a las cucarachas; es como el médico que descubre un paciente con lepra y señala que ésta no se cura escondiéndola con guante blanco. Esa es su razón de ser, su destino, su hado.
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Pedro Salinas es corresponsal de la agencia de prensa AIPE.