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TESTIMONIO - CUBA
La sinceridad de Masetti
Jorge Masetti, huérfano de un famoso guerrillero argentino, tiene 46 años, quince de ellos los dedicó a trabajar para los servicios cubanos de espionaje en Iberoamérica y en África. Víctor Llano

Abandonó estas actividades el 13 de julio de 1989, cuando Castro mandó fusilar a su suegro Tony de la Guardia, y a los también militares cubanos Arnaldo Ochoa, Martínez Valdés y Amado Padrón. Castro ordenó estos fusilamientos ante el temor de que Estados Unidos revelara las pruebas que implicaban a Cuba en el tráfico de drogas y de marfil, y por lo peligroso que podía resultar para él el prestigio de Ochoa, más después de escuchar conversaciones grabadas en las que ‘el héroe africano’ le criticaba abiertamente.

En noviembre de 1990 Masetti abandona Cuba en compañía de su mujer Ileana de la Guardia. Por fin el gobierno de Castro les permite abandonar el país, evitando de este modo un nuevo escándalo internacional. Ya lejos del que fue su Comandante, el revolucionario argentino publica en Francia y en 1993, ‘El furor y el delirio’, el mismo libro que la editorial Tusquets, presenta en 1999 en una nueva edición actualizada.

En su memoria, el ahora escritor, recuerda sus actividades guerrilleras y ‘comerciales’ en favor de Castro. Masetti reniega hoy de su pasado. El juicio que hace de sí mismo y de la revolución castrista es tan demoledor como sincero. Esto es lo que escribe en la página 268 de su libro: ‘Me percaté entonces de que, desde el origen, desde 1959, y quizá desde la Sierra Maestra, más que una traición a la revolución, la revolución había sido una gran estafa. Fidel Castro empezó decapitando su propio movimiento para apoderarse del poder, hasta convertirlo en un poder absoluto. Por supuesto que no ignorábamos estos hechos, pero los justificábamos con el clásico cliché leninista de la lucha de clases. Por eso, nadie se ha preocupado por indagar cuántas personas de las que participaron en la lucha contra Batista fueron fusiladas, cuyo crimen consistió en exigir el régimen democrático que les habían prometido durante la lucha contra la dictadura, como fue el caso de Sori Marín. Esos crímenes fueron silenciados por las salvas de los fusiles que ejecutaban, al mismo tiempo, a los esbirros de Batista. Ya desde 1961 el mayor porcentaje de la población carcelaria de la Isla lo constituían prisioneros que habían combatido contra Batista’.

Casi al final del libro, en la página 274, Jorge Masetti se alegra de haber fracasado como guerrillero comunista: ‘Cuando observo la que fue mi vida, la de Tony, la de su hermano Patricio y la de tantos otros, caigo en la cuenta de que la revolución ha sido un pretexto para cometer las peores atrocidades quitándoles todo vestigio de culpabilidad. Nos escudábamos en la meta de la búsqueda de hacer el bien a la humanidad, meta que era una falacia, porque lo que contaba era la belleza estética de la acción. Éramos jóvenes irresponsables, aventureros; éramos una casta aparte de los revolucionarios que operan localmente en sus países, militantes que se vieron obligados a adoptar la lucha armada no como un hecho estético, sino obligados por las circunstancias políticas. Nosotros, en cambio, éramos una especie de James Bond, aderezados con unas gotas de un marxismo muy superficial, a quienes todo les estaba permitido -sobre todo vivir de manera diferente como lo hacían los militantes que realizaban el oscuro y anónimo trabajo de masas- para construir una organización política. Éramos la avanzada de la Revolución cubana, los niños mimados de Fidel Castro y de Manuel Piñeiro, que no fuimos elegidos ni por nuestra inserción en las masas ni por nuestro espíritu de sacrificio cotidiano. Éramos elegidos por no pertenecer a nada, sin religión, ni bandera, con una capacidad de aventura muy desarrollada, y con un grado de cinismo no menos importante. Hoy puedo afirmar que por suerte no obtuvimos la victoria, porque de haber sido así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependencia con Cuba, hubiéramos ahogado el continente en una barbarie generalizada. Una de nuestras consignas era hacer de la cordillera de los Andes la Sierra Maestra de América Latina, donde, primero, hubiéramos fusilado a los militares, después a los opositores, y luego a los compañeros que se opusieran a nuestro autoritarismo; y soy consciente de que yo hubiera actuado de esa forma’.

Pocos comentarios pueden hacerse ante este ejercicio de sinceridad. Sólo cabe desear que el testimonio de Masetti pueda conocerse pronto en Cuba.