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MEDICINA Y SALUD
El perfil biológico del maltratador
Una de las lacras más sangrantes de la sociedad moderna es, sin duda alguna, la violencia doméstica. Enrique Coperías

El año pasado, se registraron en nuestro país 24.158 denuncias por malos tratos de los maridos a sus mujeres. Se trata de una cifra que supera a la del año anterior. Hombres que humillan, desprecian, degradan, amenazan, violan e imponen sus criterios y antojos por la fuerza en el hogar. Hombres que asesinan a sus compañeras a golpes, puñaladas o disparos. En 2001, 45 españolas encontraron la muerte de este modo, según datos oficiales. La situación, lejos de encontrar solución, resulta terrible.

¿Pero qué lleva a un hombre a cometer este tipo de barbarie? ¿El maltratador nace o se hace? ¿Puede predecirse este comportamiento agresivo? Desde hace tiempo, los científicos saben que existen ciertos condicionantes culturales, como el machismo que aún subyace en nuestro entorno, que se erigen como auténticos caldos de cultivo donde el germen del comportamiento violento hacia la mujer crece a sus anchas. Pero la semilla del mal también puede tener un componente biológico que, unido a ciertos factores del entorno, configuran la mente del maltratador. De ser esto realmente así, los psiquiatras tendrían en sus manos una herramienta más para identificar, tratar y reeducar a los posibles agresores. "Ahora bien, es importante recalcar que la violencia doméstica es la culminación de un cúmulo complejo de interacciones entre el agresor, la víctima, las circunstancias ambientales y los modos culturales en los que surge la violencia", señala el director del estudio John C. Umhau, del Instituto Nacional contra el Abuso del Alcohol y el Alcoholismo estadounidense.

La violencia de puertas adentro constituye un fenómeno universal con unas tremendas secuelas sociales y médicas. "Se estima que el 30 por 100 de los mujeres muere violentamente en Estados Unidos son asesinadas por su esposo, amante, amigos o ex compañeros sentimentales", afirman los autores del estudio. Cuando el maltratador se torna violento, generalmente muestra respuestas extremas a los estímulos ambientales que en principio no deberían desencadenarlos. Por ejemplo, registran palpitaciones, jadeos, temblores de la voz y el cuerpo, rubor y sudoración excesiva. Estos síntomas tienen su origen y son controlados por el llamado sistema nervioso autónomo (SNA), que generalmente no opera bajo el control consciente.

Recordemos que el SNA se compone de dos divisiones: la simpática y la parasimpática. La primera es de alta actividad; la segunda, de baja. La simpática es la que nos agita y la que, en su forma extrema, nos preparan para la lucha y la huida. Por el contrario, el parasimpático organiza las respuestas que generalmente reflejan la función visceral en un estado de relajación. Cuando el cuerpo está en equilibrio, ninguno de los dos sistema es lo suficientemente fuerte como para avasallar al otro. Conviven en un equilibrio inestable. Ahora bien, en cualquier situación de estrés u otro estado emocional intenso o que subjetivamente se percibe como tal, el simpático toma el mando e inyecta adrenalina en sangre. Entonces, el organismo empieza a notar un mar de sensaciones: sudoración, palidez, palpitaciones, piel de gallina... La tarea del es reprimirlas y no dejar que se desboquen.

Pues bien, Umhau y sus colegas han centrado su análisis en dos funciones orquestadas por el SNA: el ritmo cardiaco y la actividad del nervio vago, que constituye uno de los principales reguladores de los latidos del corazón. Normalmente, la aceleración de la bomba vital está acompañada por un descenso de la actividad del nervio vago. "Éste responde de manera veloz a los cambios metabólicos que demanda el organismo, desde la excitación sexual hasta el más ligero cambio postural, e inmediatamente ajusta el ritmo cardíaco". Para llevar a cabo el estudio, Umhau reclutó a través de un anuncio en la prensa diaria a 16 agresores domésticos, y organizó dos grupos de referencia: uno formado por 13 alcohólicos no violentos y otro constituido por 15 voluntarios normales. Todos los maltratadores domésticos fueron sometidos a una batería de pruebas con el fin de descartar cualquier la presencia de lesiones en el sistema nervioso o el padecimiento de trastornos cerebrales, como la esquizofrenia.

Todos los participantes fueron invitados a realizar un sencillo ejercicio: tumbarse en una cama para luego incorporarse y permanecer sentados en ella durante 5 minutos. En palabras de los investigadores, el acto de incorporarse se considera un estresante psicológico natural que acelera el ritmo cardiaco. Umhau registró, minuto a minuto el pulso y la respuesta del nervio vago durante el ejercicio. Los resultados fueron muy significativos. Pasados los cinco minutos convenidos, todos los participantes exhibieron un aumento significativo del ritmo cardiaco y un descenso de la actividad del nervio vagal. Sin embargo, los investigadores se encontraron con que existían pequeñas diferencias entre los distintos grupos cuando se observaban los registros minuto a minuto. En el grupo de las personas sanas, así como en el de los alcohólicos no violentos, los cambios minuto a minuto de la actividad vagal permitían predecir las alteraciones en la actividad cardiaca. En el grupo de los maltratadores, este tipo de predicción fue imposible llevarla a cabo.

Umhau y sus colegas especulan con la posibilidad de que el fallo en la regulación del ritmo cardiaco detectado en los agresores domésticos podría repetirse en otras regiones del cuerpo implicadas en la expresión y el control de las emociones, como la laringe, la faringe, el esófago y los bronquios. Los investigadores piensan que su hallazgo permitirá en un futuro conocer hasta qué punto la alteración en el control del ritmo cardiaco puede ser un indicador fiable de una disfunción en el sistema nervioso autónomo que, en el caso de los violentos, les impida modular sus emociones y frenar su instinto agresivo.

Sin duda alguna, este hallazgo aporta un grano de arena al complejo problema de la violencia doméstica. Pero, como ya se ha mencionado, los condicionamientos biológicos de esta conducta son complejos y difíciles de desenmascarar. ¿Por qué los actos violentos en el hogar son protagonizados en su inmensa mayoría por hombres? ¿Por qué el sistema nervioso autónomo de la mujer parece que no sufre este tipo de desajuste? Las preguntas abruman a las respuesta. No obstante, hay una cosa bien clara: desde la biología no puede justificarse un comportamiento tan brutal y salvaje como es la agresión, física o psicológica, a la compañera.