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EL CHILE DE ALLENDE
El trienio marxista chileno: los objetivos y las ideas
Unidad Popular era una coalición de seis partidos que, pese a sus divergencias tácticas, tenía un denominador común principal: el materialismo histórico y la idea de la lucha de clases como medios para interpretar la realidad, y la construcción de la sociedad socialista por medios violentos. José Ignacio del Castillo

El 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende, candidato de Unidad Popular, venció las elecciones presidenciales chilenas con algo más de un tercio —el 36,30%— de los votos. Los otros dos candidatos, Jorge Alessandri, del derechista Partido Nacional y Radomiro Tomic, de la Democracia Cristiana, obtuvieron el 34,98% y el 27,84% de los votos, respectivamente. Unidad Popular era una coalición de seis partidos que, pese a sus divergencias tácticas, tenía un denominador común principal. En palabras de los líderes del Partido Radical, el ‘menos izquierdista’ de la coalición, "solamente fuera del sistema capitalista se encuentra la posibilidad de una solución para la clase trabajadora". "El Partido Radical es socialista y su lucha se encuentra dirigida a la construcción de una sociedad socialista... Aceptamos el materialismo histórico y la idea de la lucha de clases como medios para interpretar la realidad". (Declaración político-ideológica aprobada en la XXV Convención Nacional del Partido Radical de Chile en 1971).

El triunfo de Allende cogió por sorpresa al propio Partido Socialista, que en su Convención de 1967 en Chillán había declarado: "La violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Es el necesario resultado del carácter violento y represivo del Estado-clase. Constituye el único camino que lleva a la toma del poder político y económico y a su consiguiente defensa". Sin embargo, en la visión marxista, gobierno y poder no tienen necesariamente por qué coincidir. Por ello, disponer del ejecutivo era tan sólo una oportunidad para facilitar el tránsito al socialismo. Mediante el control estatal de la economía se trataba, como dijo el marxista "independiente" Pedro Vuskovic poco después de su nombramiento como Ministro de Economía, de "destruir las bases económicas del imperialismo y de la clase dirigente, terminando con la propiedad privada de los medios de producción". La idea aparecía delineada aún con más detalle en el documento interno del Partido Socialista publicado a comienzos de 1972 como resultado de la sesión de autocrítica celebrada para evaluar el revés electoral sufrido en las elecciones parciales de 1972, tras algo más de un año de poder allendista. "Comprendemos que, en última instancia, el poder de la clase media reside en su poder económico... Es posible para el gobierno (por medio de la acción ejecutiva) destruir las bases del sistema capitalista de producción. Creando y expandiendo el ‘área de propiedad social’, a expensas de las empresas capitalistas y de la burguesía monopólica, podremos quitarles a ellos el poder económico", dado que: "El Estado burgués en Chile no puede servir de base al socialismo, es necesario destruirlo. Para construir el socialismo, los trabajadores chilenos deben utilizar su dominio sobre la clase media para apoderarse del poder total y expropiar gradualmente todo el capital privado. Esto es lo que se llama la dictadura del proletariado...".

Aunque los marxistas no se preocupaban excesivamente de ocultar sus objetivos, no dejaron pasar la oportunidad de esgrimir alguno de los "argumentos económicos" que los pseudo-economistas de la CEPAL (Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina) tuvieron la gentileza de proporcionarles. Así, la solución para la elevada inflación y el bajo crecimiento económico que los ya de por sí intervencionistas gobiernos anteriores habían generado pasaba por un cambio de "estructuras". Especialmente era necesario modificar la distribución de la renta y la riqueza para "incrementar el mercado interno", propiciando así el crecimiento económico. La inflación, lejos de estar causada por la masiva impresión de papel moneda para financiar el gasto público, era culpa de unos oligopolios que restringían la producción y elevaban los precios a su antojo.

También era necesario expulsar a los inversores extranjeros que estaban muy ocupados explotando el país, embarcando sus minerales al extranjero y repatriando a sus países de origen unos enormes beneficios que, al cabo de algunos años, eran muy superiores a la inversión inicial. Allende tenía pues "muy poderosas razones" para intervenir completamente la economía. Incluso cuando el país se quedó sin reservas en plena hiperinflación, tal hecho fue atribuido a la "desfavorable relación real de intercambio" que supuestamente estaban obligados a soportar los países de la "periferia" en su comercio con el "centro capitalista e imperialista".

Conviene detenerse, aunque sea brevemente, a examinar esta macedonia de falacias estructuralistas que tanto daño han hecho en América Latina. Si reparamos en el hecho de que "redistribuir" la riqueza y la renta es el término que los socialistas utilizan para la confiscación, a través del estado, de la propiedad y de sus utilidades, no es difícil concluir que dicha medida es todo menos beneficiosa para incentivar la producción y el crecimiento. Por otra parte, como advirtió el economista francés J. B. Say hace dos siglos: "la producción se adquiere con producción". La "extensión de los mercados" se amplía creando riqueza, no confiscándola. Es la producción, y no el consumo o la "redistribución", la que genera las rentas y, por tanto, el poder de compra.

Que las multinacionales y los inversores extranjeros explotan a los países subdesarrollados, embarcando sus materias primas hacia el extranjero y repatriando a sus países de origen unos enormes beneficios que, al cabo de algunos años, son muy superiores a la inversión inicial, es probablemente el argumento más repetido por los anticapitalistas a la hora de "explicar" la pobreza en el mundo. Si, por ejemplo, una inversión inicial de mil millones de dólares genera ingresos por beneficios más amortización de 300 millones anuales, no es difícil " demostrar" que al cabo de diez añoS los extranjeros habrán "saqueado" al país dos mil millones de dólares [(300 millones x 10 años = 3.000 millones) -1.000 millones de inversión inicial]. Claro que igualmente se puede "demostrar" que un empresario autónomo que arrienda su tractor y sus servicios a varios terratenientes les está explotando. Si, por ejemplo, es pagado con una parte en especie y otra parte en metálico, está "saqueando" a los latifundistas, pues al cabo de unos pocos años ha extraído de los cortijeros mucho más dinero del que invirtió en su tractor y además "ha embarcado para su casa" una parte de la cosecha...

No es difícil explicar por qué una cantidad de dinero o de bienes que se anticipa tiene más valor que esa misma cantidad de dinero o de bienes en un tiempo futuro. Si los préstamos hubiesen de ser reembolsados a su nominal pero sin intereses, todos podríamos disfrutar de dieciocho chalets, las mejores joyas y pieles, cincuenta plazas de garaje y la colección de arte del barón Thyssen. Bastaría obtener todo eso en préstamo y reembolsarlo en las mismas condiciones y sin "usura" cincuenta o sesenta años después. Si además se tiene en cuenta que el capital crea riqueza al permitir llevar a cabo procesos productivos que de otra forma requerirían una más larga espera, no hay ningún misterio en el hecho de que los terratenientes arrienden tractores o en que los estados puedan contratar con empresas inversoras la extracción de mineral obteniendo ventaja con ello. ¿No son los esbirros de Fidel Castro los que van por medio mundo tratando de atraer la inversión extranjera para la isla?

Desgraciadamente cuando el estado se puso a nacionalizar los yacimientos y a jugar a empresario, los supuestos beneficios jamás aparecieron. La riqueza que se iba a coger resultó que no estaba allí. Lejos de rapiñar, las multinacionales estaban creando riqueza. Lejos de aprovechar sus propios recursos, las empresas públicas de los países del tercer mundo dilapidaron los factores productivos que utilizaban. No sólo eso. Multiplicaron desorbitadamente su deuda pública. Razonaron que si las compañías multinacionales se endeudaban masivamente para adquirir el equipo capital y tecnológico y obtenían espectaculares beneficios explotando los recursos, bastaba con que ellos hicieran igual para que ese beneficio se quedará en casa. No existiría ningún problema para pagar la deuda pues las multinacionales no lo solían tener. Cuanto más deuda pública mejor. Esa deuda es la que ahora hay que "condonar" porque no puede ser pagada...

Sin embargo, la falsedad que más gracia siempre me ha hecho ha sido la de la "desigual" relación real de intercambio. Los sesudos "expertos" de la CEPAL construyeron cuadros con copiosos datos cuidadosamente —sólo cogían los que interesaba— seleccionados, demostrando que cada vez era necesaria una mayor cantidad de materias primas para adquirir una misma cesta de bienes manufacturados. Como las materias primas eran el "sueldo" de los países pobres —Allende llamaba al cobre "el sueldo de Chile"—, en tanto que los productos manufacturados eran elaborados en los países ricos, no era de extrañar que periódicamente los países pobres se quedasen sin reservas con qué pagar las importaciones. En realidad, nada tiene que ver la variación en el precio final de una unidad producida con el total de ingresos de una actividad. Por las mismas, un cuadro comparativo de la variación en los precios de un ordenador personal, del software informático o de un vídeo durante las tres últimas décadas, en oposición con los aumentos en el precio de un corte de pelo o de una hora de asistenta del hogar, nos llevaría a la curiosa conclusión de que los accionistas de Microsoft, IBM o Panasonic vienen padeciendo adversísimas y cada vez más deterioradas relaciones reales de intercambio con peluqueros y asistentas. Por tanto, lo que debe hacer Bill Gates es cerrar la empresa y dedicarse al abastecimiento autárquico de su familia.

Con semejantes objetivos y arsenal teórico, el gobierno Allende puso en marcha la vía chilena "democrática" al socialismo, que habría de durar tres años y que examinaremos en sus detalles prácticos en un próximo artículo.

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