El año comenzó con la suposición ampliamente compartida de que la situación económica no podía empeorar mucho más. Esto demuestra que el optimismo antropológico de un político opera de forma directamente proporcional al nivel medio de estupidez ciudadana del país en que opere: es la ley de hierro del progresismo estupefaciente, que en España se viene cumpliendo de forma inexorable desde Recaredo. Sólo un país como el nuestro podía dudar a esas alturas de la gravedad de la situación, porque cualquier indicador, si no ya la mera contemplación de lo que acontecía en la pu...ra rúa, confirmaba que el desastre al que nos enfrentábamos no había dicho, ni mucho menos, su última palabra.
Con todo, al final la evidencia de que los progres del consejo de ministros, con el Adolescente a la cabeza, estaban llevando el país a la quiebra acabaría imponiéndose en la primavera de este aciago 2010. La realidad llegó a penetrar hasta en los tiernos cerebritos de los artistas superciliares, tan refractarios a las matemáticas y a los principios básicos de la teoría económica.
En mayo florido, la España superprogre de Zetapé estuvo a punto de declarar su quiebra soberana y pedir lastimera que la rescataran las potencias de Centroeuropa; es lo que suele pasar cuando a los socialistas se les entregan las riendas de una nación importante y las circunstancias económicas se vuelven adversas. Ése fue el momento en que todos los progres destepaís –o del "estado español", en los casos periféricos– se volvieron neoliberales, al menos según la tropa entiende este término, supuestamente ideológico.
Reacios como siempre a reconocer el fracaso de sus ideas, no por recurrente menos estrepitoso, los izquierdosos de toda laya se aprestaron a cambiar el contenido de la propaganda y pasaron a afirmar que suprimir los llamados (por ellos) "derechos sociales" y robar a los pensionistas son políticas bien de izquierdas. Naturalmente, tienen razón, porque la aplicación de las ideas socialistas implica necesariamente destrozar a las capas sociales que aquellos pretenden defender. Pero no es eso lo que dicen cuando piden el voto, sino exactamente lo contrario.
Como consecuencia de este reconocimiento oficial de que la basura doctrinal del socialismo sólo provoca destrucción (aunque sigue funcionando en términos electorales, gracias a la estupidez compartida y las pocas y pésimas lecturas del personal), a lo largo de la segunda mitad del presente año asistimos a uno de los espectáculos más decadentes de travestismo ideológico desde la Gloriosa Transición.
En efecto, en este último semestre nos ha sido dado contemplar a las hordas socialistas defendiendo la necesidad de recortar el gasto público aun al precio de suspender "derechos sociales". También hemos visto a un partido que supuestamente tiene una idea sensata de la economía, y cuyos votantes odian meticulosamente cualquier idea que huela incluso ligeramente a marxismo, acusar a su rival de ser mucho menos socialista de lo que el momento exige. Asombroso, sí, pero es que estamos en España, un país que por dos veces ha entregado el máximo poder de decisión a José Luis Rodríguez Zapatero.
Somos la caraba. Im-presionantes, que diría el filósofo.
Para acabar de esmaltar nuestra imagen de nación más absurda del planeta, en este final de este año tan trágico para millones de compatriotas tenemos a los dirigentes de una de las regiones más importantes anunciando que van a incumplir las sentencias del Tribunal Supremo. O sea, que la autonomía catalana, que forma parte del estado, se declara definitivamente en rebeldía contra el orden constitucional que la hace legítima, así como a sus propios dirigentes. El destino económico de España es trágico, pero no tan irreversible como la situación provocada por unas entidades territoriales que sobrepasan continuamente todos los límites constitucionales, a despecho de principios tan elementales como la solidaridad interterritorial o la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
A Zapatero nada de eso le preocupa demasiado, porque su único objetivo es dejar a Rubalcaba una situación preelectoral no demasiado lamentable. Lo malo es que tampoco parece preocuparle a mucha más gente. Ni siquiera a los millones de parados que lo son por obra y gracia del socialismo zapateril, muchos de los cuales agradecen a ZP y a sus chicas que hayan hecho la ley del aborto, como consuelo suficiente por si les toca plantearse de nuevo la posibilidad de votarle.
Como decíamos ayer, esto es España, amigos, y bajo estos parámetros podríamos afirmar, sin la menor duda, que 2010 ha sido, en última instancia, un año muy español. Tan sólo cabe esperar que éste que ahora empieza sea algo menos castizo, a ver si con un poco de suerte nosotros podemos contarlo y ustedes, leerlo. Cosas más raras se han visto.