Durante la Cumbre del Mediterráneo y los festejos del 14 de julio, día de la Fiesta Nacional (que no me hablen de la Bastilla, esos cretinos, la Bastilla, que fue presidio, estaba vacía ese 14 de julio de 1789, ya ni siquiera estaba el divino marqués de Sade), el presidente Sarkozy me recordaba el dicho popular: "Feliz como un niño con zapatos nuevos". Daba brincos de alegría, se permitía bromas que provocaron sonrisas de ciertos periodistas pero que no hacían la menor gracia a Bernard Kouchner, quien en la tribuna de la conferencia de prensa hacía muecas de disgusto. El invitado más polémico, el sirio Bachar el-Assad, tuvo la prudencia de no asistir a la garden-party del Eliseo, donde la reina fue, una vez más, Ingrid Betancourt, de vuelta de Lourdes.
El sirio, al margen de las ceremonias oficiales, concedió varias entrevistas en las que se mostró sumamente contradictorio: por un lado declaró que esperaba tener negociaciones directas con Israel de aquí a dos años y firmar un acuerdo de paz, y por el otro reiteró sus insultos y acusaciones contra Israel con tal violencia que cabe preguntarse cuál podría ser el resultado de dichas negociaciones, si es que se celebren. Es, desde luego, demasiado pronto para juzgar los posibles resultados que puedan tener esta Cumbre y la fundación de esa Unión, pero yo apuesto a que ni se "limpiará" de su polución el mar Mediterráneo, ni se controlará mejor la inmigración clandestina, ni se logrará, por ese camino, la paz en Oriente Próximo. Dato tan siniestro, como simbólico, en el "intercambio de prisioneros" entre Hezbolá e Israel. Hezbolá ha entregado los cadáveres de dos soldados israelíes, Goldwasser y Regev.
A propósito he tardado en comentar los líos domiciliarios de Segolène Royal porque desprecio su política-basura. He aquí los hechos, resumidos: en agosto de 2006 un ladrón –o más bien una ladrona, por lo visto– penetra en su domicilio y le roba un montón de joyas. La Royal declara en comisaría, pero exige que no se hable de las joyas. No lo logra y la noticia sale en la prensa, aunque se ha "olvidado" desde entonces. El segundo incidente ocurrió durante la campaña presidencial de 2007, no en su domicilio, sino en sus oficinas de campaña pagadas por el millonario Pierre Bergé, el chulo de Yves Saint-Laurent. Se robó un ordenador y algún documento. La Royal quiso convertirlo en un Watergate, pero fracasó. Y hace unos días, alguien penetró en su piso, no robó nada, según ella, pero lo puso todo patas arriba (sospecho que fue François Hollande). Pero haciendo de tripas corazón, Segolène Royal acusa al "clan Sarkozy" de vigilarla, perseguirla y aterrorizarla. Se presenta como víctima inocente para obtener puntos en los sondeos. Como cuandoParis-Matchpublicó una foto suya rezando en una iglesia. ¿Qué pecado es ese? Pues ella puso el grito en el cielo, habló de violación de su vida privada y se querelló contra la revista. No quiere que se sepa que tenía joyas, no quiere que se sepa que es católica practicante, no quiere que se sepa que Pierre Bergé la subvenciona. Quiere dar la imagen de la perfecta socialista de provincias cuando todo el mundo sabe que no lo es. Es una trepa.