El Partido Nacionalista Vasco no ha sido jamás ni autonomista ni regionalista. Ha sido independentista y salvajemente antiespañol desde su fundación en 1895, y ni siquiera ha sentido la necesidad de ocultarlo. Rechaza la Constitución de 1978 y concibe el régimen constitucional como un paso prescindible para lograr la unidad nacional vasca. No le interesan ni el liberalismo ni la democracia parlamentaria, sino la construcción de un régimen nacionalista que, además, anexione territorios cercanos, sometiéndolos.
Durante la Transición, el PNV se dio cuenta de que no tenía la fuerza electoral suficiente para lograr unos propósitos, que eran entonces tan independentistas como siempre. Esto le llevó a tomar dos decisiones: en primer lugar, usar el terrorismo etarra para lograr más competencias autonómicas, con visitas constantes a Francia para negociar estrategias políticas con los etarras, incluyendo la petición a ETA (pm) de retrasar la entrega de las armas hasta arrancar más autonomía vasca.
En segundo lugar, el PNV entendió que, dadas las circunstancias, la independencia y la territorialidad eran inviables a corto plazo. Así que hizo lo único que podía hacer: alcanzar el poder, en solitario o en coalición, y llevar a cabo una ambiciosa obra de ingeniería social destinada a construir en la realidad una nación vasca hasta entonces teórica. Puso desde el principio todos los resortes del poder en marginar al español, imponer el euskera y convertir los colegios en centros de adoctrinamiento cultural, histórico, social. Hoy presenciamos los primeros resultados.
Los partidos constitucionalistas hicieron la vista gorda, salvo la honrosa actitud del PP vasco y de algunos socialistas del PSE. Durante los años ochenta el PSOE fue compañero de viaje del PNV mientras éste aceleraba su política de construcción de una nación y de apartheid cultural. En el partido nacionalista puede haber familias distintas o caras diferentes que agraden en Madrid a los más despistados, pero todas ellas participan activamente de la destrucción del patrimonio cultural español en el País Vasco, y lo seguirán haciendo en el futuro.
Esta política de adoctrinamiento masivo continuó en los noventa, con o sin pactos con el Partido Popular. En 1996, el PNV pudo cumplir los pactos institucionales y ser leal en las votaciones parlamentarias. Pero a efectos históricos y a largo plazo, la estafa a los populares fue monumental: los nacionalistas continuaron persiguiendo el castellano, imponiendo el euskera, asfixiando medios de comunicación no independentistas e inundando de miles de millones de pesetas asociaciones culturales, sociales o deportivas, incluidas las del entorno abertzale, que trabajaban y trabajan en construir una nación.
Porque por encima de pactar con unos o con otros, esto es lo que interesa al nacionalismo vasco: construir la nación social y cultural. Cuando la tenga, la nación institucional será sólo cuestión de tiempo. Por eso el triunfo o no de Ibarretxe es totalmente secundario, puesto que el proceso seguirá. El PSOE se ha dado cuenta de que el proceso de construcción nacional va madurando, y ha elegido el camino contrario al presumible. En vez de buscar cómo revertir el proceso de inmersión cultural nacionalista, se ha sumado a él, lo que en el futuro puede suponer un triunfo del PSE, pero no de los constitucionalistas.
Ante el PP quedan las mismas alternativas que un día tuvo el PSOE. El pacto con el PNV es lo de menos. Lo de más es tratar de construir una alternativa cultural, constitucional y españolista atractiva para los vascos consistente en obstaculizar y entorpecer cuanto se pueda el proceso de apartheid cultural español y de construcción nacional vasca. Como el PNV, el PP debiera fijarse como prioridad la batalla cultural, lingüística y social contra el nacionalismo etnicista vasco. Fomentar, promover, defender, propagar la verdadera historia vasca, que es profundamente española. Y defender la lengua de los vascos, que es el español, defendiendo a sus hablantes.
¿Se quiere negociar con el PNV? Bien, hay que introducir estas cuestiones en toda negociación y defenderlas con el mismo ahínco con el que los independentistas defienden lo contrario, puesto que para nosotros son igualmente irrenunciables. Negociar con el PNV para entrar en La Moncloa sería miserable; hay que negociar con él para forzarle a defender los derechos constitucionales en el País Vasco. Esto depende de la visión histórica y los principios de cada cual. Ellos llevan treinta años negociando con "los españoles" para acabar con España, así que no hay motivo para no jugar todos al mismo juego, y por ejemplo negociar con el PNV para acabar con el nacionalismo. No obstante, esto exige tener más apego a España que al poder.