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EDITORIAL

11-M, a cal y canto

Una guinda sobre el pastel cocinado tras el macrojuicio de la Casa de Campo; el cierre, en suma, a cal y canto de un caso que quizá haya terminado en los tribunales, pero que, se pongan como se pongan, sigue y seguirá abierto durante mucho tiempo

Hoy, en España, si un cargo policial altera un informe pericial y borra a mano e irregularmente la entrada del registro para evitar las consecuencias mediáticas del mismo no pasa nada. Al menos, conforme a este retorcido criterio, nada les ha pasado a los policías nacionales que sesgaron el informe presentado por los peritos sobre las pesquisas en el piso de Mohamed Al-Haski, uno de los imputados principales por los atentados del 11 de marzo. Esta es la primera lección de la sentencia sobre el caso del ácido bórico.

El Tribunal, compuesto por tres magistrados de la Audiencia Provincial de Madrid, ha absuelto a los policías implicados escudándose en la razón más peregrina y absurda que imaginarse pueda. El hallazgo de los peritos no implicaba directamente a la ETA en la masacre, simplemente, mediante cruzado de datos, indicaba al juez del Olmo que una de las sustancias descubiertas en el piso del presunto islamista encausado había sido encontrada anteriormente en un piso-franco de la banda terrorista ETA. Esta mención fue el detonador de un jaleo mayúsculo dentro de la comisaría que llevó a sus responsables a pedir expresamente a los peritos que la retirasen. Ante la negativa de éstos, el comisario y su equipo procedieron a retirarla manualmente y de un modo chapucero e indigno para la Policía Nacional.

El Tribunal no pone en duda estos hechos porque son ciertos y están avalados por el propio informe manipulado por Santano y los suyos. De ahí que, a pesar de lo que diga Rubalcaba sin haberse leído siquiera la sentencia, ninguno de los tres peritos ha colado patraña alguna. En lo que ha innovado el Tribunal es en su apreciación sobre los motivos que llevaron a Santano a actuar del modo en que lo hizo. Según la sentencia, los que recortaron el informe hasta adaptarlo a su gusto actuaron "abducidos (sic) por la enjundia y relevancia sociopolítica (sic) del caso". Esta es la segunda lección de la sentencia sobre el caso del ácido bórico.

Una lección inquietante porque significa que, sin apenas conocer el sumario –pues el 95% del mismo era secreto en aquel entonces– e influidos por no se sabe bien qué relevancia sociopolítica, ciertos policías decidieron hurtar al juez instructor de una información que él mismo había pedido un año antes; esto es, concentrar todas las pistas que vinculasen a la ETA con los atentados. El ácido bórico en casa de uno de los imputados no era una pista determinante, pero sí lo suficientemente valiosa para Santano, como demuestra su reacción al leer el informe pericial.

¿Por qué le saltaron las alarmas a Santano cuando vio el nombre de ETA escrito en el informe? ¿Quién era él para decidir si esa sustancia era o no relevante para el juez? Y, sobre todo, ¿por qué se tomó tanto trabajo en alterar ese informe y lo hizo de una manera tan precipitada y deficiente? Es evidente que preguntas tan elementales no se las ha hecho el Tribunal de la Audiencia de Madrid. O tal vez sí y ha preferido pasarlas por alto dando salida al caso del modo más deportivo posible, pegando un brinco sobre las evidencias y tratando de contentar a todos dejando por buenos, a un tiempo, a peritos y policías. Esta es la tercera lección sobre la sentencia del caso del ácido bórico.

La politización del caso que va implícita en la sentencia no ha pasado desapercibida fuera de ella. El Gobierno, el PSOE y todos sus terminales –esta vez sí, mediáticos– han recibido alborozados las noticias de la Audiencia cargándolas sobre los pocos medios de comunicación que han investigado y, cómo no, sobre el Partido Popular, que, a estas horas, ni sabe, ni contesta, ni quiere saber ni piensa preguntar. Esta es la cuarta lección sobre la sentencia del caso del ácido bórico. El ministro de Interior, sin conocer el contenido del veredicto, se ha felicitado condenando de un modo oficioso a los peritos a la vez que exaltaba a los policías que tergiversaron el informe. Una guinda sobre el pastel cocinado tras el macrojuicio de la Casa de Campo; el cierre, en suma, a cal y canto de un caso que quizá haya terminado en los tribunales, pero que, se pongan como se pongan, sigue y seguirá abierto durante mucho tiempo.

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