Si adoptamos la precaución de no ilusionarnos y crear expectativas felices, podremos admitir que la reciente tregua acordada entre Israel y los terroristas de Hamás que dominan Gaza es una buena noticia. Tras muchísimos años de calamidades para el millón y medio de palestinos hacinados en la Franja, por fin, se filtra en un horizonte lejano un debilísimo rayo de luz.
A la insalubridad, desempleo, pobreza, guarida de criminales, población sometida al terror de los fanáticos, suciedad de vertedero y un larguísimo etcétera de horrores, la ciudad y los poblachos circundantes vivían desde la retirada del Tsahal la presión de las autoridades israelíes, que respondían así a las recurrentes acciones terroristas que partían de su territorio o lo tomaban como base, por ejemplo para el lanzamiento de cohetes contra las aledañas localidades judías. Presión traducida en cierres de la frontera, con enormes pérdidas para las míseras economías familiares de los trabajadores que pasan a Israel diariamente, o con perturbaciones graves en el tránsito de mercancías y personas (por ejemplo, enfermos), cortes de luz eléctrica, bloqueo de fondos regalados por la UE y paralizados en bancos israelíes, etc.
Un bloqueo intermitente, según los atentados subían o bajaban, que unos motejan de criminal e inhumano y otros consideran muestra de firmeza para patentizar, tanto a la población palestina como a los asesinos que controlan la ciudad en nombre de Allah, que su dependencia de Israel es absoluta. Algo muy evidente pero obviado por la cerrazón de quienes estaban y están dispuestos a sacrificar a su gente de forma feroz –sin preguntarles su opinión, por supuesto– en aras de ganarse el Cielo, mientras la vida terrena es un Infierno sin paliativos. A grosso modo, una tregua siempre es una buena noticia, aunque no haya motivo alguno para confiar no ya en las garantías y palabras de Hamás, sino en su mera seriedad como firmante de nada. Pero es lo que hay, poco pero algo.
Desde hace tres días contemplamos en telediarios y periódicos cómo se echan las campanas al vuelo y casi pronostican el fin del conflicto, o al menos una reducción sustancial de las tensiones: no hay tal. No sólo por los problemas internos que pueden haber inducido a Olmert a presentar un mínimo avance en su relación con esos palestinos –a costa de aceptar un cierto reconocimiento de facto de la banda– y a Haniye a mostrar a sus compatriotas un tenue alivio en las durísimas condiciones de miseria que soporta la población de Gaza, quienes –por cierto– dieron el triunfo electoral a Hamás, no lo olvidemos. Y sin muchas trampas, caso bien peregrino en los países árabes.
Pero vencer en unas elecciones no inviste de derechos absolutos al ganador (aunque por aquí también hay quienes están persuadidos de que sí) y no está mal que hasta Hamás recapacite sobre la horrenda vida cotidiana que fuerzan a sufrir a ese trozo de "patria palestina", a la que tanto dicen amar, pues, en definitiva, "la patria" es la suma de las personas que la componen. Más otras cosas, sí, pero primero las personas. La duda, no baladí, estriba en si realmente Haniye y sus adláteres reconocen por fin su pequeñez objetiva frente a Israel, a la par que moderan su inmensa capacidad de mantener en el horror y la cochambre a los palestinos que dominan.
Esto no es exculpar a Israel de sus responsabilidades, sino resaltar una vez más que el cese total del terrorismo es el paso previo indispensable para entablar a medio plazo negociaciones globales entre las partes, a fin de ir encarrilando una lenta solución aceptable –aunque no buena– para todos. Y la primera pregunta es si Hamás será capaz de impedir a todos y cada uno de sus militantes y enfervorizados simpatizantes (nada menos que por mandato de Allah) que cometan atentados por libre. Los servicios de seguridad hebreos y el Tsahal sí reciben órdenes y las cumplen, de los otros sabe Dios.
El segundo interrogante reside en si el objetivo de Olmert se reduce a recuperar al soldado Shalit, secuestrado hace dos años, e insuflar algo de tranquilidad en los vecinos judíos de Gaza, castigados por el terrorismo, o si –como probablemente es su deseo– intenta una operación a más largo plazo, un acercamiento paulatino de posiciones que conduzca a actitudes más realistas y útiles a quienes controlan la Franja, en tanto promueve una negociación con Siria. Motivos para la desconfianza hay muchos, pero por algún sitio hay que empezar. Que sea para bien.