Una no será ni quiere ser profeta en su tierra ni, por cierto, en ninguna otra, pero hay predicciones que están al alcance de cualquiera. Era de prever el acoso a quienes en Galicia rompieran el tabú que prohibía alzar la voz contra la imposición del monolingüismo. Otros atraviesan desde hace lustros ese desierto y han sufrido el terrorismo de alta y baja intensidad que acompaña como socio indispensable a una política de raíz y modos totalitarios. De ahí que no hiciera falta la bola de cristal ni dramatización alguna para escribir aquí hace dos semanas, tras la difusión de un vídeo que instigaba a atentar contra Galicia Bilingüe, que sólo era cuestión de tiempo que las amenazas se hicieran realidad y que entonces sería tarde. Pero ha sido pronto.
El viernes pasado, José Manuel Pousada, vicepresidente de aquella asociación, defensora del derecho a elegir la lengua vehicular de la enseñanza, un derecho reconocido por gentes civilizadas, entró en el garaje de su casa y encontró su automóvil regado de pintura, el parabrisas roto y otros mensajes de las Sturmabteilungen galaicas. El más simple, el preferido por los escuadrones de la barbarie, decía: "Españoles fuera de Galicia". Creen, los bárbaros, que Galicia es suya. Y se lo dejan creer. Es más, se lo están haciendo creer.
Es tarde desde el minuto en que los amedrentadores del disidente despliegan con impunidad sus instintos matoniles. Lo es desde el instante en que el poder y esa corte de parásitos engordada con la chequera pública, alimentan su fanatismo y aprueban su agresividad tácitamente. Los partidos en el gobierno, PSOE y BNG, no han condenado el ataque. Cierto que, esta vez, no han culpado a los agredidos. Ya no hace falta. Se sobreentiende.
Sólo un periódico gallego publicó con cierta relevancia la noticia. Otro titulaba: "Galicia Bilingüe denuncia que desconocidos allanaron su garaje". En cambio, causaba furor una nueva, vieja de un mes, que los nacionalistas resucitaron para tapar el hedor de su violencia. Era el caso de un aspirante a recepcionista de hotel que había renunciado a ese puesto porque la dirección no le permitía hablar en gallego. Así lo contaron, lo que no significa que sea cierto. No interesó tampoco que lo fuera o no. Interesaba un "mártir" para ocultar que aquí, hoy, se amenaza y se atenta contra los que disienten.
Miles de gallegos que hablan español han de renunciar a diario al idioma de su preferencia en cualquier comunicación con la administración, en cualquier contacto con la sanidad y demás sectores públicos y, por supuesto, en la enseñanza. Pero no son mártires ni víctimas de discriminación, sino escoria española que perturba la pureza lingüística y el poder construido sobre el narcisismo de las pequeñas diferencias. Para el Gobierno de socialistas y nacionalistas, sólo son ciudadanos a la hora de pagar impuestos. Los que no renuncian a serlo, se manifestaron el martes en Vigo en apoyo a Galicia Bilingüe.