No sé si se puede definir como "campaña" lo que está pasando en la prensa catalana con Jiménez Losantos en estas últimas semanas, pues desconozco el grado de espontaneidad de tanto ataque, de tanta furia y de tanta monomanía. Si es algo orquestado, mal; si no, quizá peor, pues estaríamos ante la generalización de uno de los peores recursos tribales: la identificación y señalamiento compulsivo de un enemigo cuyo periódico linchamiento simbólico (ahora ya sólo simbólico) opera como factor de cohesión tribal.
Se me invita con regularidad a la tertulia del programa Els matins de TV3, lo cual reconozco y agradezco al responsable. También aprovecho la oportunidad que me da para explicar algunas cosas que muchos catalanes no quieren oír. La posibilidad de hacerlo desde el centro mismo de ese poderoso aparato de penetración ideológica, de carácter público, que el nacionalismo ha utilizado con maestría para contribuir a la construcción nacional de Cataluña, indica varias cosas de interés. La principal, para mí, es precisamente que pueda hacerse, que con poderosas fuerzas homogeneizadoras convivan en Cataluña las virtudes de una sociedad abierta, para quien quiera aprovecharlas.
Me asombra ver al arzobispo de Barcelona coincidiendo con los impulsores de la "memoria histórica", a los medios de comunicación obscenamente entrelazados con los partidos, a grandes empresarios pegaditos a los padrinos de un proyecto de desestabilización institucional, y a todos juntos agitados en torno al más urgente problema con el que por lo visto nos enfrentamos: Federico.
¿Por qué no desplazan unos milímetros el dial si tanto les molesta? ¿Por qué buscan el despido, el cierre, la clausura, el amordazamiento? Porque, más allá de la molestia del desacuerdo con alguien popular y elocuente, está el valor de Federico como icono sacrificial de la tribu. El valor, decíamos, cohesionador; el que permite que los personajes y grupos antes citados vayan de la mano y parezcan lo mismo, se conviertan, de algún modo, en lo mismo. Borrar así los contrastes puede satisfacer a grandes sectores de Cataluña que conciben la convivencia social como unas inacabables colonias campestres arrebatadas de germanor, y la propia Cataluña como un gran foc de camp.
En ese contexto he recordado la evidencia de que todos tenemos sensibilidad, a todos nos hieren ciertos comentarios, y he puesto varios ejemplos que han levantado algún revuelo. La diferencia fundamental es que no pido el cierre de ninguno de esos medios, ni el despido de sus estrellas. Pero si hemos de describir ascos y repugnancias, lo haremos todos, ¿no?