La enmienda presentada por afiliados del PP de Vizcaya demuestra que también existen patxis lópez entre los populares vascos, plenamente dispuestos a sustituir a María San Gil para hacer la labor de acercamiento al nacionalismo que alejaría definitivamente a su partido de una parte considerable de su electorado, la suficiente como para hacer imposible el empeño de volver a ganar las elecciones.
Pero los nacionalistas no se lo van a poner fácil. Resulta arduo defender que los "extremistas" son los herederos de Batasuna, cuando los supuestamente moderados nacionalistas del PNV presentan un órdago con el objetivo –extremo donde los haya– de secesionar el País Vasco de España. Por eso, es natural que un político tan inteligente y escaldado como Vidal-Quadras le haya recordado a Gallardón que pretender "invitar" a los nacionalistas a participar de un "liderazgo español global" es insultar su inteligencia. Y la de todos los que hemos tenido abiertos los ojos desde la firma del Pacto de Estella, cabría añadir.
En un contexto como éste, en el que el nacionalismo ha explotado al máximo el poco interés de los socialistas por defender la unidad de España, parece que hay demasiadas voces en el PP, empezando por la de quien aún lo preside, empeñadas en diluir el mejor patrimonio del partido de la derecha española, que es precisamente el haber terminado como el único nacional. Las fuertes críticas de la izquierda al intento de "patrimonializar" la bandera y el himno se deben a que los socialistas han renunciado a estos símbolos y temían, con razón, la huida de un numeroso contingente de votantes al PP.
Ha sido la defensa de la unidad de España lo que le ha permitido crecer al PP, pues ha sido el refugio del voto útil de una izquierda cuyo destino natural sería el partido de Rosa Díez. Si Rajoy no ha tenido más éxito en esta empresa ha sido por la poca convicción con que la ha defendido, expresada en su renuncia a meter en cintura a líderes regionales como Camps o Arenas, que han pactado estatutos autonómicos con los socialistas que caminan por el sendero de la disolución de la nación española, y no de su reafirmación.
España es una realidad en cuya defensa deben empeñarse los liberales, pues de su pervivencia depende nuestro régimen de libertades que, aun imperfecto, sigue siendo mejor que las alternativas, como se puede observar claramente en aquellas zonas de nuestro país donde menos presencia tiene el Estado español. Y eso no se consigue claudicando, como pretenden Olazábal y los suyos, sino manteniéndose firme en los principios en todas las circunstancias, como ha hecho Santiago Abascal rompiendo la papeleta secesionista de Ibarretxe en el Parlamento vasco.
Desgraciadamente, la dirección del PP parece dispuesta a traicionar a quienes han luchado y siguen luchando contra el nacionalismo obligatorio. Normal que María San Gil no quiera continuar dirigiendo el PP vasco durante su conversión en una versión de derechas del PSE.