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Jorge Vilches

Enemigos de la libertad

La cesión constante a los enemigos de la libertad y de la igualdad, que no son otra cosa los nacionalistas, no les hace olvidar su objetivo, que es la independencia, y no les integra en un sistema que siempre consideran ajeno.

Las palabras no son gratuitas, ni inocuas. La batalla por el lenguaje la están ganando, desde hace décadas, los enemigos de la libertad. Detrás de cada concepto aparentemente inofensivo hay un planteamiento político, y no se puede soslayar como si careciera de importancia. Una prueba de esto es la facilidad con la que el nacionalismo vasco está colocando en el discurso diario la idea de "derecho a decidir" en sustitución del "derecho de autodeterminación".

La propaganda, lamentablemente, ha sido un instrumento que han sabido siempre utilizar mejor los que ansiaban imponer alguna de las fórmulas totalitarias contemporáneas. Una de esas fórmulas, la del nacionalismo vasco, tan repleta de planteamientos arcaizantes, ha visto que la opinión pública relacionaba el mundo etarra con la utilización de la expresión "derecho de autodeterminación". La reacción de los nacionalistas no ha sido echarse atrás en la exigencia de dicho "derecho" por estar vinculado con una banda mafiosa y por el lógico rechazo social, sino utilizar otro nombre para expresar lo mismo.

La maniobra es una prueba de la confluencia del movimiento nacionalista. Porque en las preguntas planteadas por el gobierno Ibarretxe para su referéndum se condiciona "la paz" con la "autodeterminación", que es exactamente lo mismo que han defendido ETA y sus brazos políticos. Es decir, la violencia etarra es el resultado del bloqueo a la libre expresión del pueblo vasco. El servicio a la comunidad racial, al cumplimiento de su destino en lo universal, empuja a asesinar y extorsionar. Y esa respuesta es propia de la raza, dicen los nacionalistas, por lo que es imposible la solución policial. Sólo el fin dialogado de la violencia –es decir, la cesión a las condiciones políticas de los asesinos– es la solución.

No hay una razón electoral en la presentación de esta consulta. Si creemos que sólo es electoralismo es que aún no hemos entendido el sentido intrínsecamente separatista y totalitario del nacionalismo vasco y del PNV. Los hijos de Sabino Arana están fraguando la construcción de un régimen liberticida, en el que la gente que disiente tiene que abandonar su tierra para seguir sintiéndose ciudadanos libres. ¿O es que es equiparable, por electoralista, un referéndum de autodeterminación con la promesa socialista de los 400 euros?

La cesión constante a los enemigos de la libertad y de la igualdad, que no son otra cosa los nacionalistas, no les hace olvidar su objetivo, que es la independencia, y no les integra en un sistema que siempre consideran ajeno. Por eso, crecidos ante la rendición, en las dos preguntas de Ibarretxe sólo hay referencias totalitarias propias de los años treinta del siglo XX. Preguntas de las que están ausentes los verdaderos elementos que sostienen una sociedad libre y democrática, a favor de conceptos centrados en la comunidad racial. Aceptar su lenguaje es ceder terreno, afirmar que siempre han tenido razón, y que no hay más remedio que acercarse a ellos.

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