Ha causado sorpresa que nuestro Rey se descuidara y, en contra de lo que él mismo aconseja a su heredero, halagara la rectitud y honestidad del secretario general del Partido Socialista. La metedura de pata ha sido disculpada por casi todos al estilo indulgente de Rubalcaba, diciendo que también el Rey tiene derecho a ser sorprendido un día con la guardia baja.
Pero lo importante de aquellas declaraciones casi robadas no fue que el Rey defendiera la honestidad y rectitud de Zapatero, que son cosas que nadie ha puesto en duda, sino que nos dijera: "[Zapatero] sabe muy bien en qué dirección va y por qué y para qué hace las cosas."
El recado no estaba dirigido a todos los españoles, pues son muchos los que confían en el liderazgo de nuestro presidente y, aunque ignoran como todos adónde nos lleva, no ven que el viaje pueda entrañar ningún peligro. El mensaje estaba más bien dirigido a todos aquellos de nosotros que desconfiamos de Zapatero y que creemos que nos está conduciendo a un precipicio, aquel donde los españoles ya no serán españoles porque España habrá dejado de existir, o en el que, aunque España sobreviva como nación, habrá unos españoles con más y mejores derechos que otros.
De modo que, a todos esos que desconfiamos y que nos mostramos renuentes a dejarnos arrastrar hasta ese precipicio que cada vez intuimos más próximo, gente que, por monárquica o por simpatizar simplemente con nuestro Rey, hemos echado en falta algún gesto suyo tendente a moderar la deriva a la que está abandonada nuestra nación, Don Juan Carlos nos asegura que Zapatero sabe muy bien en qué dirección va.
Para que el Rey pueda hacer esta afirmación son necesarias dos cosas: la primera es que sepa cuál es el proyecto de Zapatero, el programa y las etapas del viaje que quiere que hagamos; la segunda es que tal proyecto le parezca bien, pues de otro modo no se habría expresado como lo hizo.
Así que Zapatero tiene un plan. Y el rey lo conoce. Y lo aprueba. Pues bien, majestad, a muchos de sus compatriotas, aunque seamos un poco cernícalos y algo lelos, nos gustaría saber adónde se nos lleva, pues, aunque confiamos en su majestad, cada vez nos gusta menos lo que estamos viendo y oyendo por el camino.
¿No será que Zapatero ha convencido al rey de que la única forma de evitar a medio plazo la independencia de Cataluña y País Vasco es que los socialistas se hagan con el poder en estas regiones a base de ser más nacionalistas que nadie y transformar España en una confederación de tres, cuatro o cinco naciones antes de que los verdaderos nacionalistas la rompan del todo? ¿No le habrá contado el cuento de que es preferible una España confederal a una España rota?
Sin embargo, para que el plan no descarrile hace falta que el PP se haga también nacionalista allí donde sea necesario para entre los dos grandes partidos construir la España confederal que proyecta Zapatero, la única que, según él, puede sobrevivir a las tensiones nacionalistas.
Probablemente, Zapatero ha sido capaz de convencer al Rey de la bondad de un plan así o parecido. Y pudiera ser que el monarca, después de haberse dejado convencer, haya logrado a su vez convencer a Rajoy de lo mismo, lo que ayudaría a explicar la metamorfosis del gallego.
Vayan pues haciéndose a la idea de que el debate ya no será entre socialistas y liberales, ni entre progresistas y conservadores, tampoco lo será entre nacionalistas y constitucionalistas, sino que acabaremos discutiendo entre federalistas y unionistas, monárquicos con la boca chica los primeros y republicanos a la fuerza los segundos. Vayan pensando donde van a querer estar.