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Mark Steyn

Cuidado con lo que deseas

La población de Gaza no sólo está explotando literalmente en los controles israelíes, sino que también lo está haciendo en el sentido menos incendiario pero demográficamente decisivo.

En casi todas partes que visité la semana pasada –televisión, radio, conferencias– me preguntaron por el 60 aniversario del Estado israelí. No recuerdo que me preguntaran tanto por Israel con motivo de  su 50 aniversario, que como norma general suele ser mucho más sonado que este. Pero en estos tiempos, amigos y enemigos por igual huelen a debilidad en el corazón de la Entidad Sionista. Asumiendo que las apocalípticas excentricidades del presidente Ahmadineyad no lleguen a suceder, Israel seguramente llegue a su 70 cumpleaños. Pero hay un montón de tipos a los que no acaba de convencerles las perspectivas de su 80 cumpleaños en adelante. Vea la noticia de portada del Athlantic Monthly: "¿Está acabado Israel?" También la noticia de portada de la principal revista de información de Canadá, Maclean's, que prescinde del signo de interrogación: "Por qué Israel no puede sobrevivir".

¿Por qué? Se mire por donde se mire, el estado judío es una gran historia de éxito. El Oriente Medio moderno es la progenie ilegítima de los cartógrafos coloniales franceses y británicos de 1922. Todas las naciones estado de ese vecindario se remontan apenas 60 ó 70 años atrás: Irak se creó en los años 30; Siria, Jordania, el Líbano e Israel en los 40. La única diferencia es que Israel ha logrado tener éxito. ¿Preferiría que hubiera más países como Israel, o más países como Siria? No me parece una pregunta difícil de contestar. Israel es la única democracia liberal de Oriente Medio (Irak podría demostrar aún ser la segunda) y sus ciudadanos árabes disfrutan de más derechos de los que disfrutarían viviendo bajo cualquiera de los monarcas cleptócratas y dictadores psicópatas que por lo demás pueblan la región. En una pequeña franja de tierra más estrecha en su punto más estrecho que muchos municipios norteamericanos, Israel ha levantado una economía moderna con un PIB per cápita a un pelo de llegar a los 30.000 dólares, a una distancia llamativamente pequeña del promedio de la Unión Europea. Por si a alguien se le ocurre argumentar que eso se debe a que está bendecido de manera única por el Tío Sam, bueno, durante los últimos 30 años, el segundo mayor receptor de la ayuda norteamericana ha sido Egipto: su PIB per cápita es de 5.000 dólares, y Estados Unidos no tiene nada que justifique su inversión aparte del piloto en prácticas Mohammed Atta yendo directo hacia usted a través de las ventanas de la oficina.

El éxito judío contra todos los obstáculos no es nada nuevo. “Aaron Lazarus el judío", escribía en su precuela completamente desconocida de El Prisionero de Zenda Anthony Hope, "lo había convertido en un gran negocio, y había dedicado sus ahorros a adquirir la mejor parte de la calle; pero" –y para los judíos siempre hay un pero– "puesto que entonces los judíos no podían tener propiedades..."

Ah, bueno. Al igual que los comerciantes judíos de la vieja Europa, que eran tolerados como arrendatarios pero nunca podían ser dueños completos de la propiedad, los israelíes son vistos como titulares de una soberanía exclusivamente condicional. Jimmy Carter, nada más volver de su viaje pagado por Hamás, es simplemente el más reciente occidental sofisticado en afirmar triunfalmente que ha asegurado el habitual compromiso (off the record, con prohibición expresa de no ser traducido bajo ningún concepto al árabe e instantáneamente negado) de los enemigos de los judíos de reconocer "el derecho a existir" de Israel. Estupendo. ¿Entraría usted en negociaciones con semejante punto de partida?

Desde que Israel cumpliera el medio siglo, se le niega su "derecho a existir" de manera rutinaria no sólo en Gaza y Ramala y los palacios presidenciales de la región, sino en todos y cada uno de los campus universitarios canadienses y europeos. Durante la incursión libanesa de 2006, Matthew Parris escribió en el Times de Londres:

Los últimos 40 años han sido una catástrofe, gradual y creciente, para la comunidad judía mundial. Rara vez en la historia el nombre y la reputación de un colectivo humano han perdido una cantidad de apoyo y simpatía tan grande y con tanta rapidez. Mi opinión –ostentada no apasionadamente, pero con pocas dudas– es que no hay motivo para apoyar que el estado de Israel debía haberse establecido donde y cuando fue establecido.

Palabras que dejan entrever cómo se decantaría caso de interesarle. Richard Cohen en el Washington Post fue más directo:

Israel es un error en sí mismo. Es un error honesto, un error bienintencionado, un error del que nadie es culpable, pero la idea de crear una nación de judío europeos en una zona de árabes y musulmanes (y algunos cristianos) ha dado lugar a un siglo enfrentamiento bélico y terrorismo de la clase que estamos viendo ahora. Israel se enfrenta a Hezbolá en el norte y a Hamas en el sur, pero su enemigo más formidable es la propia historia.

Cohen y Parris, dos voces célebremente moderadas en la prensa de importancia de las dos capitales menos antiisraelíes de Occidente, han interiorizado no obstante la misma lógica que Ahmadineyad: Israel no debe estar donde está. El que sea "una mancha de vergüenza" o simplemente "un error" no es más que un mero detalle.

Aaron Lazarus y todos los demás "judíos europeos" de su tiempo se habrían muerto de la risa ante la designación de Cohen. Los judíos vivieron en Europa durante siglos, pero sin ser aceptados nunca como "europeos"; para disfrutar de su tardía aceptación como tales tuvieron que mudarse a Oriente Medio. Insultados en el continente como siniestros cosmopolitas nómadas sin ninguna lealtad nacional particular, construyeron una nación estado convencional y ahora son insultados también por eso. El "odio más antiguo" no se ganó ese apelativo por carecer de capacidad de adaptación.

Los intelectuales occidentales que promueven la Semana del Apartheid Israelí todos los años por esta época están allanando el terreno a la próxima etapa de la deslegitimación sionista. La charlatanería sobre una "solución de dos estados" desaparecerá. En el territorio entre Jordania y el Mediterráneo, los judíos constituyen una mayoría por los pelos. Gaza tiene una de las tasas de natalidad más elevadas del planeta. La edad promedio es de 15,8 años. Su población no sólo está explotando literalmente en los controles israelíes, sino que también lo está haciendo en el sentido menos incendiario pero demográficamente decisivo.

Los árabes pronto exigirán un único estado democrático –formado por judíos y musulmanes– de Jordania hasta el mar, y hasta aquellos que entienden que esto significa la muerte de Israel se encontrarán tan confundidos por las beaterías multiculturales publicitadas en sus propios países que serán incapaces de argumentar contra ello. Los europeos contemporáneos no son conocidos precisamente por su entereza moral: las informaciones que uno escucha sobre escuelas que discretamente prescinden del Holocausto en sus aulas porque ofende a sus filas crecientes de estudiantes musulmanes sugieren que hasta la pretensión de "neutralidad" en el "proceso de paz" palestino israelí será agua pasada dentro de una década.

La ironía, por supuesto, es que a pesar de su desafío demográfico, Israel disfruta aún de una tasa de natalidad que es el doble del promedio europeo. Todos los motivos para la desaparición de Israel se aplican a Europa con igual entusiasmo. Y, al contrario que gran parte del resto de Occidente, Israel tiene la ventaja de vivir en primera línea del desafío existencial. "Tengo una premonición que no me abandona", escribió Eric Hoffer, el gran filósofo de los astilleros de Estados Unidos, tras la guerra del 67. "Lo que le suceda a Israel nos pasará a todos nosotros”.

Ya lo creo. De manera que feliz 60 cumpleaños. Y que cumplas muchos más.

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