La ideología de izquierdas que hoy gobierna en España, cuya savia ideológica es el progresismo nacido en las protestas de los años 60, resulta completamente insostenible en cuanto se la examina con una herramienta intelectual tan básica y sencilla como es el principio de no contradicción. La progresía ha abandonado la defensa de los intereses generales para proceder a dividir a los individuos en grupos, sea por sexo, raza, orientación sexual, origen o cultura, para seguidamente declararse defensor a ultranza de sus "derechos".
El problema es que las personas son diferentes y piensan y creen cosas distintas. No es ya que resulte ridículo pretender que todas las mujeres o todos los homosexuales, por ejemplo, piensen lo mismo sobre cuáles son sus derechos y quienes los defienden mejor, sino que en algunos casos las diferencias entre las distintas ideologías "oficiales" defendidas por los progresistas en nombre de esos grupos son contradictorias entre sí.
Al igual que resulta difícil declararse defensor de los derechos homosexuales mientras se proclama la alianza de civilizaciones y la amistad y comprensión con Irán, que los cuelga de las grúas, es imposible conciliar la defensa de la igualdad entre hombre y mujer con la consideración de que todas las culturas son igualmente merecedoras de respeto que la nuestra. De modo que la vicepresidenta se ve en la obligación de declararse "horrorizada" por haberse fotografiado con un empresario nigeriano y sus tres esposas en nombre de dicha igualdad, pese a que la fotografía es perfectamente inocente e incluso aleccionadora desde el punto de vista de otra de las ideologías oficiales del régimen zapateril: el multiculturalismo.
El progresismo nunca se ha preocupado por solventar esas contradicciones, porque no es un pensamiento heredero de la Ilustración y la razón, sino del narcisismo. De modo que se considerará airoso si la imagen del Gobierno de Zapatero no ha quedado demasiado dañada tras este incidente. Y así, hasta el próximo, que será inevitable.