Cuando Zapatero pronunció su discurso de aceptación de la candidatura socialista a las elecciones del pasado marzo, dijo claramente que no había cumplido del todo su programa y que necesitaba al menos cuatro años más para completarlo. La llamada "laicidad" es uno de los ejes de la legislatura que acaba de comenzar, si no el aspecto más importante de toda ella. La Iglesia se la juega en este órdago que lanza el Gobierno, con el BOE, la Justicia y los medios de comunicación en su mano. Pero quien realmente se la juega es aquella parte de la sociedad que no se siente incómoda siendo libre, y que incluso aprecia ser todavía dueña de su propia vida. Aquí nos la jugamos todos.
El Gobierno va dejando caer sus intenciones, disfrazando de ecuanimidad y respeto lo que se anuncia como una persecución en toda regla de los mensajes de la Iglesia gracias al uso sibilino y torticero de las palabras propio de la política y que quiere hacerles decir lo contrario de lo que significan. Pero, parte en una declaración aquí, parte allá, van desvelando sus verdaderas intenciones. Zapatero hace tiempo que habla no ya de un "Estado laico", sino de una "sociedad laica", lo que traducido del lenguaje zapateril al castellano significa una sociedad en la que la Iglesia no pueda lanzar mensajes que vayan más allá del ámbito privado, que no contengan ninguna interpretación social o política.
Lean, si no, el programa que el PSOE ha llevado a las elecciones bajo el lema "Motivos para creer":
Los socialistas valoramos la contribución de las confesiones a la deliberación pública en las sociedades democráticas, a su desarrollo ético y cultural, pero dicha contribución debe entenderse siempre subordinada a la soberanía de las instituciones democráticas, al imperio de la ley y, en definitiva, a la voluntad ciudadana mayoritaria.
Es decir, que la Iglesia no podrá lanzar mensajes que sean opuestos a la mayoría que sustente al Gobierno. No cabe una idea más íntimamente socialista que la de someter las opiniones ajenas al dictado del Gobierno cuando lo ocupan ellos. La vieja "doctrina Varela" reaparece con Zapatero. Los socialistas son incapaces de reprimir ese espíritu censor y represor y, refrenado por lo que queda de Constitución, disfrazado por el uso torticero de las palabras, renace en cuanto se sienten con poder. Y ellos se ven, con razón, gobernando al menos hasta 2016.
Muchos, en el ámbito católico, ven demencial la política del Gobierno, pero sólo porque creen que son ellos quienes deben ocupar ese lugar y que debe ser su visión del mundo y del hombre la que debe imponerse desde el Estado, y no la de los socialistas. Y se consideran mejores que Zapatero, cuando aquí resultan moralmente indistinguibles. Se equivocan, porque jamás se volverá a favorecer una cosmovisión cristiana desde el Estado en España. No tienen más remedio que conformarse con la defensa de la libertad frente al Estado que quiere conformar nuestras conciencias, aunque sea con cierta hipocresía, con cierta violencia de los verdaderos pensamientos. Pero en la actualidad el único escudo que tienen frente al Estado es la defensa de la libertad.
Sus derechos, y los de todos, dependen de que lo asimilen.