Complejos y delicados son los tratos entre Juan Carlos I y los socialistas. Dice el Borbón que Zapatero es un hombre de profundas convicciones y principios, qué sabe bien lo que quiere y, por supuesto, dónde lleva a España. Acertado es el Rey en sus juicios políticos. Este Borbón es un buen analista de la situación política de España. No sé, sin embargo, si acierta con igual perspicacia a comprender y dirigir su buen gobierno personal. Pero, en lo fundamental, tiene razón. Más realista que su padre y menos ideólogo que su abuelo, el monarca de España se allana políticamente a lo que hay, se deja querer y, por supuesto, instrumentalizar, para que el proyecto final de Zapatero tenga éxito, a saber, él seguirá siendo el "Rey" de una confederación asimétrica de tres –o quizá más– naciones. Mientras que no nos matemos entre nosotros, el Rey seguirá reinando con fruición y empeño una "España" de "ciudadanos" –súbditos– que, naturalmente, no tendrán, de hecho ya no tienen, las mismas libertades ni, por ende, serán iguales ante la ley.
No es que el Rey, insisto, se adelante al proyecto de Zapatero, no, sino que trata de adaptarse, subirse a ese tren en marcha, que ya nadie puede parar, entre otros motivos, porque el PP ya ocupa el segundo vagón de esa "locomotora" que conduce Zapatero. Por lo tanto, que nadie interprete las palabras del Rey sobre lo bueno que es Zapatero como si estuviera justificándose ante los socialistas. No sólo se trata de que el Rey de España tenga que hacerse perdonar su nombramiento. La cosa es un poco más complicada. Sí, sí, el Rey de España fue nombrado por Franco. Quien olvide este sencillo dato histórico, o quien trate de enmascararlo con falsa ideología constitucionalista, no podrá entender las relaciones, los tratos o, dicho con lenguaje de la sociedad civil, los negocios entre los socialistas y el Rey de España. No negaré yo este problema histórico, pero, hoy por hoy, ese asunto ya es historia lejana. No es determinante de la actual situación política.
En efecto, ese litigio fue resuelto hace tiempo. Escrito está en este periódico, perdón por citar mis columnas de hace tres o cuatro años, que el problema de la monarquía en España era un asunto entre el Rey y los socialistas; serían ellos los únicos que podían dirimir ese asunto. Los otros partidos eran comparsas frente al fuerte tejido de negocios económicos, tratos sociales y relaciones políticas que se había formado entre el monarca y los socialistas desde la muerte de Franco hasta hoy. Finalmente, todo ha quedado aclarado, y bien dicho, el Rey sabe perfectamente el lugar que le ha sido asignado por los socialistas.
Sin embargo, en ese contexto terriblemente ideológico y lleno de medias verdades y mentiras terribles, la gente de la calle no menos que los "analistas" políticos de salón se hace preguntas del tipo: ¿quién tiene a quién cogido por sus partes más sensibles? ¿Controla el rey a los socialistas o viceversa? ¿Quién de las dos partes ostenta más poder sobre la otra? En fin, ¿quién manda sobre quién? Son preguntas sencillas de responder. Las respuestas son triviales. Las preguntas ofenden a la inteligencia tanto como las respuestas. La realidad está delante de nosotros, al alcance de una inteligencia media, pero la gente prefiere "distraerse", en el sentido que esta palabra tiene inglés, o sea, engañarse, confundirse y perturbarse –"suicidarse"–, con estas preguntitas y respuestas inútiles, en fin, con estas imágenes que el poder socialista construye sobre lo evidente para distorsionarlo, para convertir lo real en ficción. Engaño.
Volvamos, pues, a la verdad y levantemos acta de lo obvio: Juan Carlos I, el Rey de la España confederal y asimétrica, está no menos que Rajoy a las órdenes de Zapatero.