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Cristina Losada

Adiós a la competencia

Hay quien aplaude con las orejas. ¡Así no vendrán de otras comunidades a quitarnos la plaza! En efecto, disminuirá esa competencia. Y la otra, no digamos.

Hace un año se publicaba en un diario gallego una carta al director en la que el firmante realizaba una revelación asombrosa: él, un licenciado en Derecho, podía perfectamente convertirse en profesor de flauta en un conservatorio de Galicia, a pesar de que no tenía ni idea de música ni sabía tocar el hameliniano instrumento. El temario, decía, era pan comido si se comparaba con el Derecho Romano, tocar la flauta sólo computaba 2 puntos sobre los 10 totales de la oposición, la dichosa prueba práctica no era eliminatoria y la única que tenía ese rango consistía en un difícil examen de gallego, que él podía convalidar.

Ante aquella prueba decisiva, musicalmente irrelevante, "muchísimos competidores de fuera de Galicia, muchos de ellos magníficos instrumentistas, no tienen nada que hacer". "¡Qué no me digan que no sé hacer sonar la flauta!", concluía con regocijo el autor de la misiva, que ya se veía con una nota final de ocho, más la plaza y el caramillo.

El caso es uno de los muchos prodigios que ha traído la "normalización lingüística". La aptitud profesional se pliega y se rinde, en la taifa autonómica que luce "lengua propia", ante los sagrados valores identitarios que en el idioma se simbolizan. El diario El Mundo acaba de informar que el Gobierno vasco valora cuatro veces más el euskera que un doctorado para optar a una plaza en la Sanidad. En Galicia está por hacer la investigación, pero cualquier convocatoria de plazas de médicos incluye con carácter eliminatorio una prueba de gallego.

Para el profesorado, rigen obligaciones lingüísticas estrictas y las próximas oposiciones requieren que una parte de las pruebas se realicen en gallego. El opositor elegía, hasta ahora, el idioma. ¿Elegir?, ¿para qué? Se modifica la Ley de Función Pública y la opción deja de existir. La causa de la lengua, que es la causa de la "construcción nacional", no admite derecho ni libertad individual, y tanto peor si la Constitución los ampara. Reclamen al alto Tribunal.

Con tal filtro lingüístico, las autonomías gobernadas por nacionalistas de cualquier partido se están dotando de un plantel de profesores, médicos o funcionarios rompedor de viejos moldes. Los escogidos no serán los mejores, tal vez cometan errores y tal vez los sufran –siempre los pagan– los usuarios, pero a cambio constará que han pagado el peaje que los habilita como "patriotas" y no traidores. Además, la criba resulta muy útil: los que no pasan por el aro se van con la música a otra parte. De ese modo, la "limpieza", antes étnica, ahora lingüística, avanza.

Hay quien aplaude con las orejas. ¡Así no vendrán de otras comunidades a quitarnos la plaza! En efecto, disminuirá esa competencia. Y la otra, no digamos. Pero quién quiere que le atiendan buenos profesionales, quién desea abrir la puerta a la valía foránea, o sea, española, cuando estamos tan ricamente con nuestra mismidad en el útero de la nación soñada.

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