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Realismo desvergonzado en la ONU

Cuando lo principal es mantener inmaculada la honra pacifista, la mejor defensa es evitar el conflicto. Es decir, dejar tirados a los saharauis y colaborar en el incumplimiento del derecho internacional que los socialistas españoles dicen defender.

Tras su bendición a la independencia a Kosovo, las Naciones Unidas podrían caer en la tentación de una nueva excepción en la aplicación del derecho internacional, esta vez para resolver el conflicto del Sáhara Occidental. La resolución 1813 aprobada el pasado día 30 de abril por el Consejo de Seguridad recurre a la aplicación del derecho internacional, no en función de lo que dicta la ley, sino de lo que mejor conviene a las grandes potencias presentes en el Consejo de Seguridad.

Este realismo desvergonzado hay que traducirlo, cuando se habla del conflicto del Sáhara Occidental, por esa solución que Marruecos intenta imponer desde la invasión de la colonia española en 1975 para evitar el referéndum de autodeterminación al que, de acuerdo a derecho, debería acceder el pueblo saharaui para decidir entre la independencia o la anexión definitiva a su vecino del norte. Recientemente, el propio enviado especial de la ONU para el Sáhara Occidental, el holandés Peter Van Walsum, se ha unido a la coral de los aliados y simpatizantes de las tesis anexionistas del agresor, al declarar que la independencia del territorio no era una "solución realista". El departamento de Estado en Washington también ha ahondado en esta línea al manifestar sus portavoces que  "un estado saharaui independiente no es una opción realista" y que, en cambio, consideran como la "única" vía realista de solución el que los saharauis se conformen con una forma de autonomía bajo la soberanía marroquí.

No es de extrañar, por lo tanto, que el Gobierno de Marruecos se haya mostrado exultante por el texto de la resolución que recomienda a las partes "visión realista" y "espíritu de compromiso".  La exhortación al realismo lleva implícito que cada uno debe ceder en sus aspiraciones y, en este caso, a los saharauis no les queda más concesión que renunciar al derecho de autodeterminación que las propias Naciones Unidas le reconocieron. Como advirtió el embajador de Suráfrica, país que presidía el Consejo de Seguridad al aprobarse la resolución, lo que la ONU viene a decirle al pueblo saharaui es que "si eres débil, tienes que aceptar", aunque la verdad y el derecho esté de su parte. Mal asunto, porque lo que vale para los saharauis también podría valer para los débiles de otros conflictos. ¿Y si se le tomase el gusto al realismo y se le dijera lo mismo a los palestinos  frente a Israel?

Claro que en Naciones Unidas a nadie se le ocurriría, al menos por el momento, plantear el realismo para la solución del conflicto palestino. En cambio, en un conflicto menos publicitado como es el saharaui, la posibilidad de que el Frente Polisario aceptara sus recomendaciones le evitaría el molesto engorro de tener que reconocer un sonado fracaso en la aplicación de un plan de paz cuyo única complicación es el descarado torpedeo que, desde el primer día del despliegue de los cascos azules en el Sáhara, ha recibido por parte de Marruecos. El esfuerzo que en Naciones Unidas se ha desplegado para evitar condenar esta flagrante desobediencia constituye un escándalo que debería bastar por sí solo para disuadir a cualquier estado implicado en un conflicto de acudir a la ONU para resolver el problema, a menos de que cuente con el apoyo de los grandes.

La gestación de la resolución 1813 es un ejemplo de la enorme ventaja con la que juega incluso quien tiene el derecho en contra si compensa este fallo con la amistad de los poderosos: la luna de miel en las relaciones franco-americanas tras la crispación antiamericana que orquestó el no a la guerra de Chirac ha protegido a Marruecos de los denonados esfuerzos de los miembros no permanentes del Consejo, Suráfrica y Costa Rica. Éstos han intentado equilibrar el realismo desvergonzado de la ONU con una alusión a la continua violación de los derechos humanos con la que el rey Mohamed intenta asegurarse la integración del Sáhara a su proyecto de Gran Marruecos. Pero no ha surtido efecto. Las detenciones arbitrarias, la tortura y la desaparición que las fuerzas de ocupación marroquí practican en el Sáhara forman parte de la dosis de realismo que los saharauis tendrán que tragar si quieren que Naciones Unidas no les acuse de torpedear la paz.

Y España, ¿a qué juega en este despropósito tan injusto? A juzgar por su colaboración en la redacción de la resolución y por el silencio con el que ha dado por buenos los argumentos del realismo promarroquí –¿formará parte del ideario de la Alianza de las Civilizaciones?–, simplemente a dejar hacer a Francia y Estados Unidos. Todo en nombre de la buena amistad con un Marruecos que todo lo exige, no sea que al rey Mohamed se le venga a la cabeza la Marcha Verde, esta vez contra Ceuta y Melilla. Cuando lo principal es mantener inmaculada la honra pacifista, la mejor defensa es evitar el conflicto. Es decir, dejar tirados a los saharauis y colaborar en el incumplimiento descarado del derecho internacional que los socialistas españoles dicen defender... Porque el realismo desvergonzado de Naciones Unidas en el Sahara sí es inmoral, ilegal e ilegítimo.

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