Es cierto que definir la realidad es una tarea arduamente difícil, ambigua e imprecisa, que se presta a diversas interpretaciones. La objetividad periodística debe ser una meta cuanto menos deseable, aunque algunos nieguen que sea posible. Ejercitarla sería publicar tanto lo que aprueba como lo que se desaprueba, algo que no ocurre cuando palestinos e israelíes se ven inmiscuidos en algún trágico y sangriento asunto. Como no, se esperaba una buena bofetada mediática contra Israel por las muertes de Miyasar Abu Muatak y sus cuatro hijos en Beit Hanoun.
Las Fuerzas Armadas israelíes no aceptan de ninguna forma la responsabilidad por tales hechos, aunque los medios, para variar, apenas hayan recogido su versión. Según la información e imágenes mostradas por los israelíes, la potente deflagración que siguió al ataque de la Fuerza Aérea israelí contra milicianos palestinos indica que éstos portaban una gran cantidad de explosivos junto a la casa donde estaban la madre y sus hijos. Recuerda sin duda a los hechos de la playa de Gaza, en junio de 2006, donde murieron los miembros de la familia Ghalia por un supuesto ataque israelí, o los 19 civiles que murieron en Beit Hanoun en noviembre de 2007.
Es la historia de siempre. Los palestinos saben cómo exhibir sus muertes en público y agitar sus miserias públicamente. Sin embargo aún no saben como conciliar sus vidas con la realidad. Es tal su miedo que pierden la serenidad y vuelven a las armas y a la sangre. Así les ocurrió tras la retirada o "desconexión" israelí de 21 asentamientos judíos en Gaza en agosto de 2005. Les brindaron la oportunidad de demostrar al mundo hasta dónde podían llegar sin estar bajo el control de Tel-Aviv y la desaprovecharon. "No pierden la oportunidad de perder una oportunidad", se suele decir de los palestinos. La desperdiciaron por su retórica victimista, por sus luchas internas, por su mal uso de las ayudas internacionales, por su corrupción, por apoyar a una organización terrorista. Son lo que han votado, y tienen lo que se merecen. Si aceptan que las facciones armadas palestinas actúen junto a las casas de civiles y les utilicen como escudos humanos, allá ellos. Aunque sigan sacando provecho de las instantáneas sensacionalistas.
Los pobres en Gaza son cada vez más desgraciados, y los que no lo eran no tienen ahora nada que llevarse a la boca. Los fundamentalistas han agudizado la crisis económica que arrastraba la Autoridad Palestina, y son los que disparan contra camiones cisterna para impedir la entrega de combustible en los hospitales de Gaza. Pero ¿qué se puede esperar de un pueblo con líderes llenos de odio y violencia, que celebraron con vítores los atentados del 11 de septiembre? Una y otra vez vienen a nuestra mente las palabras de Golda Meir: "La paz llegará cuando amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros."