La visita de la nueva ministra de Defensa, Carmen Chacón, al contingente español en Herat, Afganistán, ha sido un gran golpe de efecto que ha recogido bien la prensa. La visita a nuestros militares en el extranjero es una tradición y, efectivamente, es la mínima prueba de solidaridad y apoyo que todo nuevo titular del departamento debe realizar mejor antes que después. Lo insólito de esta visita es la rapidez con que se ha gestado y hecho realidad, digna del Libro Guinness de los récords.
Siendo la visita un acontecimiento saludable y positivo, cabe preguntarse, no obstante, por sus razones, que a todas luces no lo parecen tanto. Vaya por delante el reconocimiento al valor de la ministra por haber aguantado estoicamente en su estado las incomodidades de un traslado semejante. Ya sabe que Afganistán no está a la vuelta de la esquina.
Pero hecho este reconocimiento, todo nos parece motivado no sólo por una estrategia que busca el efectismo, sino por un complejo de inferioridad. ¿Si en lugar de ser mujer y estar, además, embarazada de siete meses, hubiera sido un hombre, habría corrido tan veloz el nuevo ministro a compartir el rancho con los soldados españoles en Herat? Lo dudamos: nunca antes otro ministro se había dado tanta prisa.
Y esa prisa es, precisamente, lo que sigue alimentando las dudas sobre la idoneidad de la nueva ministra. Si todo ha sido tan apresurado a fin de evitar un viaje sumamente pesado aún más tarde en su embarazo, eso subrayaría el hecho de que una ministra en estado de buena esperanza no es lo más apropiado para un miembro del Gobierno con una amplia carga internacional.
Peor aún sería que todo este montaje estuviera motivado por el deseo de Carmen Chacón de mostrar que, a pesar de todas sus condiciones, ella si quiere, puede. Pondría de relieve que en su nuevo cargo estará tentada de hacer cosas poco razonables por el mero hecho de dejar bien claro que ser mujer y futura mamá no le merma en sus capacidades y dedicación al cargo. Tal vez haya quien lo considere loable, pero para nosotros es un reflejo que no sólo es innecesario, sino que caerá en caprichos que conllevan riesgos y gastos del todo innecesarios. Las mujeres que creen que deben actuar en todo momento como los hombres y por encima de ellos, se equivocan. Las ministras que así piensan respecto a sus homólogos varones, todavía más. Y en Defensa, la guerra de sexos es un lujo que nadie se puede permitir.
Para ser una buena ministra, la señora Carmen Chacón, necesita desarrollar una buena política, que recupere el pulso de lo militar, haga atractiva la profesión, defienda sus valores y peculiaridades y logre el apoyo gubernamental para las necesarias dotaciones de material. Los viajes son un añadido, pero sólo una anécdota de una política que, por fuerza, tiene que ser más profunda y amplia.