Rajoy se ha distanciado de los liberales por la vía más dañina para los intereses de su partido: enseñando la puerta a su posible y legítima alternativa, invitándola a largarse a un "partido liberal" que, al no existir, habría que crear. Todo ello con desprecio jactancioso y un par de afrentas: los liberales serían veinticinco madrileños dogmáticos (principal acepción de doctrinarios) apoyados por un sombrío lobby mediático.
Sobre alentar temerariamente una fractura que dejaría al PP sin posibilidades de ganar al PSOE hasta que el hombre llegue a Alfa Centauro, Rajoy intenta ultrajar a la vertiente ideológica del partido que, triunfo tras triunfo, gobierna la más dinámica y próspera administración española, y, de paso, a los medios en que se informan y forman opinión la mayoría de votantes del PP.
El líder designado a dedo, tras cosechar fracasos y taponar alternativas a la hegemonía ideológica progre, nos enseña los dientes. Contentará a los brujos a quien él confía ese desagradable asunto de la comunicación, tan prescindible que acaba decidiéndolo todo. Veamos. Los medios favorables al PP son, básicamente, tres periódicos de papel, una emisora de radio y este digital. Llegado el caso, en uno y medio de los rotativos se apoya a Rajoy frente a Aguirre. En el resto, que son el periódico más leído y la mitad de otro, la radio y el digital, a Aguirre frente a Rajoy. O sea, que al derechista preferido de Prisa sólo le respalda sin fisuras, en la derecha, La Razón. ¿Quién es aquí el grupo de presión?
En Elche, Rajoy ha declarado la guerra a la mayoría de opinadores que le hemos apoyado, con más entusiasmo del que merecía y no pocas reservas mentales. Pero era él o Zapatero. Las urnas han querido que sea Zapatero y Rajoy ha querido, desde que regresó de su pájara para anunciar el parto de los montes de su equipito de todo a cien, colgarse la medalla de un falso éxito y atribuir la responsabilidad de la derrota electoral a cuantos políticos con perfil propio le acompañaban y a cuantos medios habían practicado en su favor la reserva mental.
Hubo algo más, que define a Rajoy para siempre y lo inutiliza para cualquier uso político que no sea consolidar un ministerio de la oposición: se comportó como esos tipos resentidos que se vienen abajo ante el adversario y la emprenden a palos con su familia. Se comparó con Aznar porque éste perdió también dos generales. Invocar los sinsabores primerizos de los grandes para igualarse con ellos cuando sólo se acumula ruina es recurso típico de artistas fracasados. Por si alguien no lo recuerda, Aznar tenía que vencer a un Felipe que controlaba todos los resortes del poder, mientras que Rajoy en 2004 sólo tenía que reeditar la superioridad del PP.