El equipo parlamentario anunciado por Soraya Sáenz de Santamaría ha provocado numerosos recelos dentro del partido. El problema no es tanto que sean muy jóvenes o que carezcan de la experiencia de algunos de sus compañeros, sino que en muchos casos carecen de más méritos que el de ser personas de confianza de la propia portavoz del PP en el Congreso y de Mariano Rajoy. Unido esto al propio nombramiento tanto de Pío García Escudero como de la propia Soraya, los resquemores se convierten en un clamor apenas acallado, que se ha expresado en el Congreso en el castigo a Ana Pastor y Celia Villalobos, ninguna de las cuales recibió los votos de todos los miembros de su partido.
Cuando Rajoy afirmó que continuaría al frente del PP tras la derrota electoral, afirmó que lo haría "con su propio equipo". Lo que nadie imaginaba entonces es cuán literalmente lo iba a aplicar. Parece que en el proceso no sólo va a dejar de lado a personas de valía que han quemado su imagen ante la opinión pública en su labor de confrontación con los socialistas, como ya le sucediera a Ramallo o Álvarez Cascos, sino también a quienes más éxito han tenido a la hora de ganar votos para el PP en las circunscripciones donde mejor les ha ido a los populares.
Parece que Rajoy estuviera escogiendo a personas de su camarilla por el mero hecho de estar en ella, más allá de su competencia y posibilidades de mejorar la situación del PP de cara a las próximas elecciones. Y se arriesga mucho el líder del PP al dar de lado a los principales bastiones del partido. Prescindir de Pizarro y González Pons, por ejemplo, no sólo reduce el peso político del nuevo equipo del Congreso, sino que casi da la impresión de estar provocando una reacción dentro del partido. Y actuando de esta manera podría terminar no con un congreso "a la búlgara", posibilidad que mencionó recientemente el propio Rajoy, sino uno que acabe como el rosario de la aurora, aun cuando fuera elegido finalmente el gallego.
Pero más allá de los problemas que la dirección que ha tomado Rajoy pueda provocar en su partido, sin duda es un mal síntoma que todos los medios afines a Moncloa y al PSOE hayan celebrado el nombramiento de la nueva portavoz del PP. Cuando se dice que con ella va a acabar con la crispación, lo único que cabe entender es que esperan que no haga oposición, de modo que el cordón sanitario quede ahora circunscrito a los medios que hemos acompañado a los populares no por partidismos, sino por principios. Ideas que no abandonaríamos aún cuando no hubiera político alguno que las defendiera. Esperemos que se frustren las esperanzas de la izquierda, pero no parece que el equipo con el que se ha rodeado sea el más adecuado para lograrlo. Casi parecía mejor cuando el equipo de Rajoy no era de Rajoy, según sus propias palabras.
El problema es que, al contrario que una izquierda que ha llevado el seguidismo de la Z hasta extremos enfermizos, y muy efectivos, la derecha no vota a líderes carismáticos sino a principios. Por eso Rajoy no puede dar por sentado que cuenta con una base de diez millones de votos que acudirán a las urnas sí o sí. Suponiendo que supere con éxito el trance del congreso de junio, la próxima cita a la que se enfrentará serán las elecciones europeas de 2009. Exactamente el tipo de votación que los votantes de su partido podrían utilizar para expresar su descontento, por la escasa relevancia práctica de los resultados.