La normalización lingüística en Galicia avanza a pasos agigantados. No es ya el sistema educativo, completamente copado por los nacionalistas, ni los medios de comunicación que, como la televisión pública TVG, son altavoces del galleguismo más montaraz. El próximo objetivo de Touriño y sus socios del BNG son las fiestas populares que cada año se celebran en todos los pueblos y ciudades de la región. La Secretaría General de Política Lingüística ha decidido meterse a fondo con ellas esta temporada.
Las normas son claras y no admiten discusión. Todo el material impreso, desde los contratos hasta los carteles publicitarios, debe ir en gallego. Las celebraciones religiosas también, y para evitar que alguna orquesta vaya por libre y le dé por interpretar boleros el repertorio de las mismas debe contener canciones en gallego. Los cantantes y músicos, naturalmente, deben dirigirse al público asistente a las verbenas en esa lengua, extremo que la Xunta recomienda tipificar en el contrato. Chocante recomendación cuando puede darse con frecuencia el caso de que ninguna de las partes hable gallego.
Nada se escapa al apretadísimo corsé nacionalista. En todas las fiestas debe ondear la bandera autonómica gallega y se hará sonar el himno de la Comunidad durante la Consagración de las misas. Por último, los programadores de los festejos harán todo lo posible por "exaltar" la identidad territorial gallega y "reforzar los vínculos y autoestima con la singularidad identitaria del espacio natural de la celebración".
Cuando ni los acuerdos privados ni las celebraciones litúrgicas se salvan del pulpo nacionalista es que algo en una sociedad empieza a fallar seriamente. Y eso es exactamente lo que sucede en Galicia. Una región que, a estas alturas, se encuentra ya irremediablemente secuestrada por un nacionalismo de corte étnico-lingüístico que pretende ocupar todas las esferas de la vida. Lo quiere hacer, además, en tiempo récord, porque, a pesar de que el origen de todo se encuentre en los complejos de un PP que gobernó tres lustros reclamando su galleguidad mediante leyes coactivas, es desde el ascenso al poder de Touriño cuando el ambiente se ha tornado irrespirable.
Defender el bilingüismo en Galicia, como antes en Cataluña, es algo tan políticamente incorrecto y provocador que quienes lo hacen públicamente precisan de escolta policial para no ser agredidos. Galicia se ha situado en tan sólo tres años a la par de Cataluña y el País Vasco en enaltecimiento del nacionalismo como religión laica, con su consiguiente recorte de libertades individuales y el lógico aumento de presión sobre la sociedad civil, presión que nunca antes se había dado en esta comunidad autónoma.
De esta anómala –y esperemos que breve– situación los responsables son, por este orden, Emilio Pérez Touriño, presidente de la Xunta, y sus socios nacionalistas que, gracias al concurso del primero, campan a sus anchas por las consejerías claves. Desde que PSOE y BNG se hicieron con el poder regional, contra la decisión de la mayoría de votantes, los gallegos son menos libres y padecen los continuos delirios identitarios de sus gobernantes. El año próximo por estas fechas se habrá cerrado un ciclo, y sería de justicia que los ciudadanos se lo hiciesen saber.