Lejos de clarificar la situación política española, los resultados de las elecciones de ayer arrojan nuevas sombras sobre la estabilidad y la gobernabilidad de España en los próximos años.
El discreto avance del PSOE se debe a la transferencia de sufragios de algunos partidos nacionalistas, especialmente ERC, PNV y CC, a los socialistas. En este sentido, cabe destacar que la arriesgada apuesta de Rodríguez Zapatero por apropiarse de las reivindicaciones nacionalistas y así orientar gran parte de los apoyos de estas formaciones hacia su partido se ha visto coronada con un gran éxito. Los socialistas también se han beneficiado del mal resultado de IU, que tras ver su apoyo reducido en dos escaños debido probablemente a su colaboración con los proetarras en el País Vasco y a su seguidismo de la política de Zapatero lo tendrá muy difícil para formar grupo parlamentario.
En cuanto al PP, su importante aumento en votos ha reducido su distancia con respecto al PSOE en las comunidades autónomas con menor presencia de partidos nacionalistas excepto en Andalucía, donde los resultados del partido de Rajoy han sido decepcionantes. Esta diferencia podría haberse reducido aún más de no haber sido por los apoyos que han recibido UpyD y Ciudadanos, que probablemente han restado al PP sendos diputados en Madrid y Barcelona.
Pese al aparente afianzamiento del PSOE como la fuerza más votada en España, es difícil que esta situación se traduzca en una mayor gobernabilidad, pues a no ser que CiU, principal damnificada por el tripartito catalán, extienda un cheque en blanco a los socialistas, Rodríguez Zapatero tendrá que recurrir al apoyo de al menos dos grupos más para sacar adelante leyes orgánicas tales como reformas de los estatutos de autonomía. Una política de encaje de bolillos y alianzas temporales a varias bandas que sólo puede ocasionar más crispación e incertidumbre, ya que casi ninguna de las fuerzas políticas menores está comprometida con un proyecto nacional.
Tampoco es probable que la izquierda y los nacionalistas sean capaces de aprobar ninguna reforma constitucional, dada la mayor fortaleza parlamentaria del PP, tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado, donde la oposición podría convertirse en la mayor fuerza política.
En definitiva, el nuevo mapa político de España refleja una polarización cada vez más acusada entre las zonas donde triunfa el PP y las regiones que votan socialista, una división que dificultará la consecución de acuerdos entre los distintos territorios españoles, especialmente a la hora de tomar las medidas necesarias para enfrentarse a la grave situación económica y a las más que previsible crisis financiera que se avecina.
Sin embargo, hay otro aspecto de estos resultados que resulta altamente preocupante. Al haber arrastrado Rodríguez Zapatero el apoyo de no pocos votantes radicales y antisistema, no hay razones que lleven a los socialistas a moderar sus políticas y a gobernar de una forma más realista y moderada. El PSOE interpretará su nueva victoria como un mandato para ahondar en las medidas que hasta ahora han causado mayor división ente los españoles, como por ejemplo su diálogo con ETA, el cuestionamiento de la nación española y el aislamiento del PP, a pesar que tras estas elecciones este partido cuenta con el apoyo decidido que muchos más españoles que hace cuatro años.
En fin, que si bien el Partido Popular ha sido capaz de mantener los votos recibidos hace cuatro años e incluso aumentarlos con algunos apoyos procedentes de ex votantes socialistas, el PSOE ha sabido capitalizar el voto más radical. Un triunfo parcial para Mariano Rajoy que apenas dulcifica su nueva derrota ante un PSOE, que tras estas elecciones se consolida como una de las máquinas políticas más eficaces de Occidente. Razones para reflexionar.