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Cristina Losada

El triunfo de la mendacidad

Veremos cuánto aguanta el embate de la realidad un dirigente que huye de ella. Y cuánto un electorado que le acompaña en ese escapismo adolescente.

Los milagros no ocurren en política. Y hubiera sido un milagro que perdiera el PSOE. El PP tendría que haber ganado a contracorriente. Pues la corriente, esa corriente que sólo siguen los peces muertos, se movía a favor del aparato zapateril. No sólo por el hecho de que los gobiernos suelen repetir tras su primera legislatura. Así ha ocurrido aquí, y ocurre en otros países. El poder, a la vez que conlleva desgaste, permite utilizar todos los mecanismos a su alcance para mantenerlo. Son muchos, y cuando lo ocupa una pandilla sin escrúpulos, más todavía. Si junto a esos instrumentos cuenta con la ayuda y la complicidad de los medios de comunicación de mayor audiencia, como ha sucedido a lo largo de estos cuatro años, y aún antes, el poderío se multiplica. Sin contar con que el poder atrae a ese nada despreciable –en términos cuantitativos– segmento de votantes que se inclinan, como los flexibles juncos de los poetas orientales, ante el empuje del viento dominante.

Hubiera sido sorprendente que estas elecciones fuesen una excepción a ese principio que Jean François Revel expresó diciendo que la mentira es la primera fuerza que mueve al mundo. Hoy se medía el espesor y la eficacia del telón de engaños y tergiversaciones que el Gobierno de Zapatero ha tendido sobre una gestión desastrosa y una política irresponsable, aventurera y liquidadora de los fundamentos de la Constitución del 78. La cortina ha cumplido su función encubridora. Desde el PSOE no se han dedicado a otra cosa en estos cuatro años que a tejerla y a zurcir sus agujeros. La propaganda ha resultado más potente que la realidad.

Pero no sólo se trata de que una parte del electorado español se haya dejado engañar por Zapatero. Otra vez, sí, pero con un agravante: ZP ya no es un desconocido, como lo era en 2004. Por ello se ha de concluir que se ha respaldado con conocimiento de causa su alianza de hierro con los nacionalistas y su disposición a cederles trozos de soberanía, así como su voluntad de negociar con los terroristas. De los resultados se infiere que una parte del voto secesionista ha ido a parar al PSOE. Y que éste ha pescado también en los caladeros de la extrema izquierda, como lo certifica el descalabro de IU. Es altamente probable que ese "voto útil" a ZP –el voto contra el PP que galvaniza a los extremistas– haya dado la victoria al PSOE, como ya ocurrió en las elecciones anteriores.

Se repite así en estos comicios un fenómeno que emergía en 2004: el "todos contra el PP" que incluye el voto por la cesión ante los nacionalistas y por la claudicación ante el terror. El asesinato perpetrado por ETA en vísperas electorales ha incidido, seguramente, en ese flanco débil. En aquellos que desean un "arreglo" –no importa el precio– con los criminales y ven en Zapatero el hombre indicado para esa "gestión". En eso no se equivocan. Como tampoco yerran los que cifran en él las esperanzas en un avance hacia el Estado "plurinacional" que preconizan. Ahora se recoge la cosecha de varias décadas de pedagogía del odio a España. Y de la LOGSE, no digamos.

Los hechos que pueden atemperar las malas noticias son pocos: el PP ha subido en votos y escaños; y UPyD entra en el Congreso. Se abre un período complicado e inestable. Zapatero pactará y cederá, de nuevo, ante los nacionalistas –que le esperan con referéndum de autodeterminación incluido– y deberá afrontar el impacto de la crisis económica. Veremos cuánto aguanta el embate de la realidad un dirigente que huye de ella. Y cuánto un electorado que le acompaña en ese escapismo adolescente.

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