A cuatro días de las elecciones generales, Rodríguez Zapatero ha recurrido a la estrategia que en el 2004 le sirvió para ganar las elecciones generales. El candidato socialista ha estado este miércoles en un nuevo sarao de sus polichinelas de cámara. Esos mismos que están tan felices con el canon digital, que amasan unas suculentas cuentas corrientes gracias a las ayudas oficiales, que utilizan la política para ningunear a compañeros suyos que viven simplemente de su trabajo, que se arremolinan junto al poder para chupar en beneficio propio, que llevan meses y meses colaborando con el cordón sanitario contra el Partido Popular; son, en definitiva, los mismos que llevan trabajando mucho tiempo para excluir y perseguir a todos aquellos que no aceptan el pensamiento único que intenta imponer el Gobierno socialista.
Zapatero, en la recta final de estas elecciones, ha decidido volver donde solía para ganar en las urnas. Los puntos de apoyo son los de siempre: utilización de los polichinelas y ofensiva contra el Partido Popular, hablando de la guerra de Irak y buscando el voto radical de la izquierda. Para que este guión sea idéntico al de 2004 faltan todavía dos cosas: las revueltas callejeras y los asaltos a las sedes del Partido Popular. La novedad está en la incorporación del doctor Montes, el "nuevo artista" de las sedaciones. Hace cuatro años, estas artimañas –que concluyeron con la violación del día de reflexión– le salieron bien al presidente del Gobierno.
Ya veremos que ocurre cuatro años después, pero los socialistas no se pueden olvidar de una diferencia con las pasadas elecciones que no es menor. Los españoles hemos vivido cuatro años de mentiras, trampas, sectarismo y fractura. Cuatro años que han deteriorado la imagen del supuesto talante de Rodríguez Zapatero, que nunca existió pero que fingió bien. Llega al 9 de marzo con su credibilidad y su imagen bajo mínimos, tras una legislatura convulsa difícil de olvidar.
En Moncloa son muy conscientes de esta situación. De ahí los nervios, y la tensión. No hacen más que buscar el voto radical para amortiguar el impacto del amplio desencanto en muchos españoles que en el 2004 votaron a los socialistas y que ahora no quieren ni oír hablar de Rodríguez Zapatero. En un contexto así, los polichinelas tienen mucho menos gancho del que ellos mismos se creen.