El propuesto remedio político de aumentar los impuestos en unos 18.000 millones de dólares a las empresas petroleras de Estados Unidos, durante los próximos 10 años, para financiar así el desarrollo de nuevas fuentes de energía es una gloriosa estupidez que también pagarán los consumidores.
Ya debiéramos haber aprendido del inmenso desperdicio de recursos cada vez que burócratas y reguladores creen saber más que el mercado lo que conviene a la gente. Y han pasado casi tres décadas desde que el brillante físico nuclear Edward Teller advertía: "Nos llevó 18 meses construir la primera central nuclear para generar electricidad; ahora necesitamos 12 años...".
Antes de la multiplicación de prohibiciones y regulaciones sobre cuándo, cómo y dónde se puede producir petróleo en Alaska y en las costas de este país, Estados Unidos sufría escasez y altos precios de energía sólo durante las guerras. Gracias a los congresistas y al Departamento de Energía –ministerio establecido por Jimmy Carter en 1977–, la política influye cada día más (y el mercado cada día menos) en todo lo que tiene que ver con la producción y venta de energía.
La producción petrolera en Estados Unidos no ha vuelto a alcanzar los niveles de los años 70 y el gas natural –la fuente de energía que causa menos contaminación– se utiliza principalmente para generar electricidad. Pero parece que la producción nacional de gas también alcanzó su cifra máxima. Su transporte es sumamente costoso, salvo por gaseoductos, lo cual imposibilita traerlo desde las nuevas grandes fuentes productivas en Rusia y el Medio Oriente.
En cuanto al tan cacareado etanol proveniente del maíz, resulta que consume más energía producirlo y transportarlo que lo que aporta como sustituto de la gasolina.
Por su parte, los grandes molinos de viento para producir la novedosa energía eólica ocupan grandes extensiones de terrenos, llegan a tener la altura de un edificio de 65 pisos, no agradan mucho a los pobres vecinos que viven o trabajan en sus alrededores y tampoco logran producir ni el uno por ciento de la energía generada por una planta eléctrica convencional.
También se oye hablar mucho de la utilización de energía solar, pero se requiere un espacio de alrededor de un metro cuadrado para generar suficiente electricidad y mantener encendidos apenas cuatro bombillas de 100 vatios. En la provincia de Sevilla construyeron una gran torre heliotérmica que tiene 115 metros de altura y está rodeada de 624 espejos reflectores de 120 metros cuadrados cada uno. El reflejo de la luz del Sol calienta a más de 600 grados una caldera de agua instalada en la torre. Pero, como era de esperarse, funciona gracias a subsidios gubernamentales.
El futuro parece estar más bien en la energía nuclear, a pesar del reciente apagón sufrido en Florida y de que mucha gente todavía la asocia con la bomba atómica.
Y aunque los periodistas no estamos supuestos a sentir ninguna simpatía por empresas como ExxonMobil, Shell o Chevron, resulta que cuando ellas eran las empresas más grandes en Venezuela, la economía de mi país crecía más rápidamente que la increíblemente exitosa Alemania de la posguerra y el ingreso promedio de los venezolanos llegó a ser el 78% del ingreso per cápita de los Estados Unidos. Ciertamente no es casualidad que desde 1961, cuando el Gobierno venezolano anunció que no se otorgarían nuevas concesiones a empresas petroleras privadas, la economía crece menos que la población. Es decir, a partir de entonces aumenta la pobreza de las grandes mayorías.
Los consumidores, ejerciendo la libertad económica de comprar lo que más les gusta y más les interesa, saben indicar mucho mejor qué los políticos y los burócratas en qué y en dónde se debe invertir.