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José María Marco

El socialismo único

No hay ruptura entre un socialismo anterior, civilizado y respetuoso con los grandes consensos de la democracia, y el actual, desbocado y guerracivilista. Son idénticos.

El retorno de Felipe González a la primera línea política en esta campaña electoral podía entenderse, en circunstancias normales, como el apoyo de los seniors a los juniors ahora en el poder. Felipe González aportaría experiencia y veteranía, sobre todo cuando el éxito de Rodríguez Zapatero parece comprometido por una política tan extremista que seguramente ahuyentará a una parte el electorado más prudente.

Este argumento ha quedado invalidado nada más abrir la boca Felipe González. En vez de serenar la atmósfera y hacer lo que era de esperar que hiciera –abrir el horizonte, presentarse como una figura histórica e infundir seguridad–, González ha echado aún más gasolina al fuego. Tanto como sus palabras, se habrá notado el tono: el rencor, la rabia, la frustración. En vez de calmar, irrita. Parece incluso querer competir con Rodríguez Zapatero. ¿Se trata de una estrategia, como pareció indicar la famosa declaración de Rodríguez Zapatero a Iñaki Gabilondo, o es que no pueden ser de otra manera?

En lo que a mí respecta, me inclino por la segunda opción. De otro modo resulta inexplicable que personas como estas, que lo han tenido y lo tienen todo –poder, influencia, dinero– sean incapaces de guardar siquiera un asomo de decoro, de... decencia. Que de ahí se deduce una estrategia es probable, pero esta no se entiende si no se conoce previamente la naturaleza de los personajes en juego.

Los padres, o los abuelos, siempre dan problemas. Véase los que tuvo en su día Aznar con Manuel Fraga. Rodríguez Zapatero y González no iban a ser distintos. Pero por muy grande que sea la distancia que los separa, por muchos los agravios acumulados de una parte y de otra, siempre compartirán el mismo odio inextinguible hacia lo que llaman la "derecha" y que es, sobre todo, la idea de España y la libertad.

El rasgo de carácter se nutre de otro, entre moral e ideológico, propio de la izquierda española (española a su pesar, estoy por escribir). Y es que salvo casos muy contados y en momentos muy escasos, no ha tenido más proyecto que acabar con el adversario. La mejor prueba de ello es que, cuando así ocurre, la izquierda deja de reconocerse en quien se ha atrevido a zafarse de ese pantano de rencor en el que vive, por necesidad.

En eso consiste lo sustancial de la "definitiva modernización" de España que Rodríguez Zapatero propone como proyecto. La magnanimidad de Felipe González, que hay quien echa de menos como si el partido socialista de aquellos años hubiera representado una socialdemocracia civilizada a la europea, sólo se explica por la quiebra de la derecha. Siempre mantuvo la guardia alerta. Ahora bien, ¿para qué ensañarse con un enemigo que quiso suicidarse durante casi diez años?

En cuanto el adversario político logró recomponerse, se acabó la generosidad, siempre teñida de desprecio, por otra parte. Más aún cuando llegó al poder y todavía más cuando lo hizo por mayoría absoluta. No hay ruptura entre un socialismo anterior, civilizado y respetuoso con los grandes consensos de la democracia, y el actual, desbocado y guerracivilista. Son idénticos. Como lo son los personajes, condenados a repetir una y otra vez, sin tregua, una historia fracasada y siniestra. Ni aprenden ni olvidan, como se dijo, con más injusticia, de otro linaje.

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