Hoy debería ser un día de inmensa felicidad para las plañideras transversales de la izquierda y la derecha que corrieron a encender sus velitas y sus mecheritos cuando se les apareció en la Plaza Mayor el espectro de Mendiluce travestido de ángel exterminador de Yugoslavia. ¿Se acuerdan? Fue muy emocionante. Además de muy útil, claro. Pues aquellas filantrópicas llamas iluminarían al compañero Javier Solana con tal de que ninguno de los misiles cargados de uranio empobrecido que debía lanzar contra las entrañas de Serbia dejase de arrasar su objetivo. Gracias a las velitas, todo salió a la perfección: no falló ni uno. Tan perfecto salió todo que ni siquiera al culiparlante Rodríguez se le ocurrió estropear la fiesta con su cantinela favorita, la de las guerras ilegales que no están ungidas con el caldito del Consejo de Seguridad de la ONU.
Teníamos que ayudar a destruir un estado soberano que quedaba a dos horas de avión a fin de que Alemania volviese a disponer de su patio trasero de siempre en Mitteleuropa. Pero, sobre todo, urgía sentar el precedente internacional que nos permitiera a nosotros mismos dar un paso definitivo hacia el abismo. Otro propósito que también coronamos con gran éxito de crítica y público. Así, gracias a la lucidez estratégica que nos guió en los Balcanes, a estas horas la única Yugoslavia que aún resta en pie en el continente ya se llama España. Acaso sólo faltó que a Garzón le hubiera dado por encerrar a Peter Handke en Alcalá-Meco para que, cautivo y desarmado el instinto de conservación nacional, las alegres tropas de la miopía histórica hubieran alcanzado sus últimos objetivos.
Nos sobran los motivos, pues, para descorchar una botella de cinismo y, mientras la parte de los criminales de la UCHK que no anda desvalijando urbanizaciones en Marbella proclama la secesión de Kosovo, emborracharnos con la espuma de nuestra genial estupidez. Ellos y sus primos-hermanos, los ustachi que aplicaron su propia limpieza étnica en Croacia sin que las boquitas de piñón de la Unión Europea dijesen ni mu, son, como diría Kissinger, nuestros hijos de puta. De ahí que el muy rebelde y pacifista Gobierno español se haya apresurado a besar los pies del pato cojo que habita la Casa Blanca, ofreciéndose como alfombra para lo que sea si de lo que se trata es de violar la legalidad internacional en esa provincia serbia.
En fin, Rajoy, en un alarde de optimismo antropológico, le acaba de pedir al Adolescente que sepa estar "a la altura de las circunstancias" en ese asunto. Aunque uno se conformaría con que el propio Partido Popular no se escondiese au dessu de la mêlée tras la bendición de Bush a la próxima carnicería en suelo europeo. Veremos.