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EDITORIAL

La batasunización de Galicia

El caso gallego reúne todos los ingredientes de un cóctel que ya ha estallado en el corazón de una región que, hasta no mucho tiempo, vivía plácidamente al margen del violento cainismo nacionalista

La última región española en incorporarse al selecto club de autonomías donde la democracia, el pluralismo político y el respeto por las ideas del adversario son papel mojado ha sido Galicia. De muy pocos años a esta parte el independentismo gallego ha cobrado una fuerza inusitada y se ha apropiado de todos los ámbitos de la vida pública. Valiéndose de la alianza con el PSOE, que ha entregado en bandeja de plata el poder autonómico al BNG, de la hegemonía en las universidades y del control prácticamente absoluto sobre los medios de comunicación regionales, la izquierda nacionalista galaica es la dueña del discurso y de la calle. Es la que expide los carnés de demócrata y la que dispone lo que puede y lo que no puede decirse en Galicia.

La última hombrada perpetrada por sus jóvenes pupilos ha sido el intento de agresión a María San Gil en la Universidad de Santiago. En un ambiente de total impunidad, un grupo de exaltados se ha abalanzado sobre la diputada regional vasca al grito de "fascista" y "asesina" mientras se apuntaban la sien con el dedo manifestando su deseo de que San Gil sea asesinada por la ETA. No es necesario remarcar que este desagradable suceso a cuenta de una persona que, si por algo se ha significado, es por la causa de la libertad, es un episodio más en la imparable carrera que Galicia y los gallegos han emprendido hacia la batasunización, es decir, hacía la supresión de facto y por la fuerza de las libertades y derechos que consagra nuestra Constitución.

El caso gallego reúne todos los ingredientes de un cóctel que ya ha estallado en el corazón de una región que, hasta no mucho tiempo, vivía plácidamente al margen del violento cainismo nacionalista que ha asolado a Cataluña y el País Vasco. El primer compás de este singular vals hacia la servidumbre voluntaria fue la promoción que el antaño hegemónico Partido Popular de Manuel Fraga hizo del galleguismo folclórico y lingüístico. El segundo compás se trazó cuando el PSOE asumió sin rechistar los postulados étnicos y soberanistas de un nacionalismo gallego que, hasta entonces, nunca había terminado de cuajar. El tercero tuvo lugar cuando la universidad, la cultura y los medios gallegos tomaron como propio el programa social nacionalista encarnado en la entente PSOE-BNG. El cuarto y último se ha producido durante la última legislatura regional, la del bipartito, la que está llevando hasta sus últimas consecuencias todo el compuesto anterior debidamente aliñado de irredentismo y violencia.

Estas son las coordenadas de la nueva Galicia mientras el huracán nacionalista arrecia con fuerza. Los derechos de los castellanohablantes, que son mayoría que aquella comunidad, son conculcados sistemáticamente desde la guardería –las célebres galescolas– hasta los rótulos de los comercios. La prensa local es perrunamente fiel al nuevo paradigma y la menguada intelectualidad gallega, la de los escritores y artistas afectos al régimen, se deshace en apologéticas rapsodias hacia los nuevos amos. En el colmo del desvarío, se ha abierto un debate territorial a imagen y semejanza de los de las Vascongadas o Cataluña para fijar las fronteras de la "nación gallega", en virtud del cual comarcas enteras de Asturias, León o Zamora deberían reintegrarse cuanto antes a la patria perdida.

Que Galicia se hunda aun más en el lodo del tribalismo o que, por el contrario, supere este sarampión totalitario depende enteramente de los gallegos, gente que, por lo general, es juiciosa y poco amiga de radicalismos estériles. Si ellos –y sólo ellos pueden parar este torbellino– dijeran basta, lo de María San Gil y todo lo que le ha precedido será un amargo recuerdo. Si, fruto de los complejos o el amedrentamiento, dejan que la bestia avance su pesadilla no habrá hecho más que empezar. Espejos donde mirarse tienen, ahora sólo hace falta que no quieran parecerse a lo que ven en ellos.

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