Decide Arcadi Espada en su blog que "la Iglesia no debería tener opiniones políticas y mucho menos recomendar el voto en una u otra dirección. Pero la Iglesia española tiene la fea costumbre de hacerlo y gobierne el que gobierne plantea cíclicamente sus exigencias". Digamos de entrada que esta curiosa tesis la mantenían Hitler y Goebbels ante las "intromisiones" eclesiásticas a raíz de la carta encíclica Mit brennender Sorge. Por supuesto, los jefes nazis podían acertar, en principio, en esta cuestión concreta, pero no fue así: solo revelaban su carácter totalitario. Y, por supuesto también, la Iglesia puede tener opiniones políticas y expresarlas (o no), como cualquier otro ciudadano o asociación.
Lo indignante de Setién o Uriarte, por ejemplo, no es que expresen tales opiniones, resulta preferible que lo hagan del modo más claro y desembozado posible; lo indignante es que defiendan la política de la ETA y el PNV. Pero la mayoría de los obispos (no toda la Iglesia, por desgracia) mantiene, afortunadamente, una posición muy distinta. El señor Espada debiera reparar asimismo en que la Iglesia se ha convertido, a través sobre todo de la COPE, en escudo de las libertades frente a unos políticos que las atacan o no las defienden. Llevamos ya mucho tiempo de campaña mafiosa para silenciar a Jiménez Losantos y a César Vidal, con la complicidad de tantos que, fingiendo situarse en la imparcialidad, critican a los célebres comunicadores e intelectuales en lugar de apoyarlos resueltamente frente una ofensiva tan peligrosa para la libertad general. Contra todos los tópicos cultivados por la izquierda, la Iglesia –es decir, el sector mayoritario de ella, por ahora– defiende la democracia frente a las asechanzas de unos políticos y medios corruptos, afectados o infectados de inclinaciones totalitarias al parecer irreprimibles. Y ese es el hecho evidente, por el que Espada debiera felicitarse.
Espada argumenta así su tesis: "Es curioso comprobar cómo hay críticos muy rígidos de la teocracia islamista que cuando la jerarquía católica interviene en el debate político abjuran por un momento de su rigidez y defienden la libertad de expresión de los obispos. Su contradicción flagrante se ve muy bien con alguna analogía supuestamente trivial. Por ejemplo, la del fútbol. Es fácil imaginar en qué lugar del cielo pondrían el grito si la directiva del F.C. Barcelona llamara al voto independentista. Desde luego no se les ocurriría decir eso tan gracioso de la libertad de expresión ni tampoco eso más gracioso aún: que el Barça sólo habla para sus cofrades."
La comparación no vale, por tres razones. En primer lugar los católicos no denuncian a los islámicos por hablar de política, sino por auspiciar una política totalitaria y antioccidental (y antiespañola, como el gobierno y los secesionistas); en segundo lugar, la directiva del F.C. Barcelona impulsa desde hace tiempo el separatismo, no es ningún secreto; y si no llama abiertamente a un voto determinado, menos aún lo hacen los obispos, que no han incitado a votar a ningún partido, sino a no votar opciones contrarias a la moral cristiana.
Pues, sobre todo, hay una diferencia esencial entre los objetivos y contenidos de la Iglesia y del Barça, morales en un caso, deportivos en el otro. Imaginemos que las autoridades o los jefes de algunos partidos propugnasen la supresión o fuertes restricciones a los clubs deportivos y al deporte. Sin duda las directivas del Barça y de cualquier grupo deportivo tendrían el derecho, y hasta el deber, de oponerse y expresarse contra tal política con la mayor contundencia. Pues bien, a juicio del sector mayoritario de la Iglesia, numerosas iniciativas del actual Gobierno atacan a la moral cristiana (una evidencia, por lo demás), y aquel sector expresa su opinión al respecto. Y como da la casualidad de que esas iniciativas del gobierno –como las de Hitler criticadas por Pío XI– atacan además los principios de la democracia, los demócratas debemos alegrarnos de esta posición mayoritaria entre los obispos.
La izquierda española ha adolecido siempre de un pavoroso vacío de pensamiento, mal rellenado con adaptaciones pedestres y contradictorias de ideas concebidas en el exterior, a menudo en y para circunstancias muy distintas de las hispanas. Ha sido y sigue siendo una izquierda orientada por tópicos simples, cuando no por reflejos condicionados. Uno de ellos, el único que siempre ha unido a todos los izquierdistas –por lo demás enfrentados entre sí hasta la persecución y el asesinato–, es la aversión incondicional a la Iglesia, el deseo incontrolable de excluirla de la sociedad y hasta, retroactivamente, de la historia de España. Ese deseo causó, desde el siglo XIX, incontables crímenes, expolios, destrucciones culturales y una de las persecuciones más sangrientas de la historia. Hechos estos tan dignos de reflexión como faltos de ella en una izquierda, ya digo, casi huera intelectualmente. Defecto de no imposible corrección, esperemos.