Esto mismo me estaría preguntando yo si fuese Pepe Blanco. El verdadero problema del PSOE en esta campaña no va ser la inclusión o no de Gallardón en las listas, sino el destierro de don Pedro Arriola. Esto sí que debe representar un auténtico quebradero de cabeza, o un puzzle de más de diez piezas, que para el señor Blanco viene a ser más o menos lo mismo.
Don Pedro Arriola, el sexagenario sevillano, parece a todas luces que ha dejado de ser en Génova lo que era la princesa de los Ursinos en la corte de Felipe V. Siempre andaba don Pedro entre bambalinas, siempre en maitines, que es como denominaban los dirigentes del Partido Popular a las reuniones de primera hora de la mañana conducentes a la planificación del trabajo de los días subsiguientes.
El avezado lector se habrá dado cuenta de que, de un tiempo a esta parte, el elemento timorato ha desaparecido de la actuación del Partido Popular y que, por primera vez en los últimos cuatro años, Mariano Rajoy y los suyos han tomado claramente la iniciativa del debate político.
Don Pedro Arriola fue el responsable de que en la campaña anterior del Partido Popular se impusiera la estrategia de "la baja intensidad". La intensidad es un atributo propio de la corriente eléctrica, del sonido o de la luminosidad y se mide en amperios, fonios o candelas. Por ende, no es un atributo propio de una campaña electoral. Pero esto parecieron ignorarlo los mandatarios populares en las pasadas elecciones, pues dieron su aquiescencia al señor Arriola para que planteara una campaña sin debates, sin confrontación, sin principios... Lo que llamaríamos una campaña compresa, que no se mueve, que no se nota y que no traspasa. En fin, más aburrida que una tarde viendo crecer la hierba. Y así les fue a los populares, que perdieron unas elecciones que tenían ganadas, al margen del atentado del 11 de marzo.
Pero hete aquí que nos hallamos ante un escenario nuevo. Ha aparecido un turolense corajudo, don Manuel Pizarro, quien acumula en sus espaldas más horas de estudio provechoso que toda la cúpula del PSOE junta. Y Pizarro no se ha caracterizado nunca por no llamar a las cosas por su nombre, sino más bien todo lo contrario.
Pizarro es un caballero con las ideas muy claras, que siempre me reconforta cuando le escucho citar a Hayek. No es un pastelero como quien ya se veía ministro de Economía sin proponer ni una sola medida. No es un sujeto vacío de contenido e ideología como los que le han discutido su sitio. Pizarro representa lo opuesto a Arriola; el primero moriría por un principio y al segundo tendríamos que explicarle lo que es.
Por lo tanto, la llegada de Pizarro ha significado la vuelta a un discurso claro, contundente, con propuestas, como el de los mejores tiempos de Aznar, que le ha permitido al Partido Popular tomar la delantera en la campaña. ¡Ojalá nunca volvamos a oír hablar del señor Arriola y su teóricamente sustraída colección de plumas!