Tienen razón quienes denuncian el carácter caciquil de la medida de Zapatero de pagar 400 euros si gana en marzo. Medida, además típicamente de izquierdas: el presidente muestra un desprecio absoluto hacia los más desfavorecidos, aquellos para los que un puñado de cientos de euros supone una pequeña fortuna. A ellos se dirige para, directamente, comprarles el voto. Una práctica bastante típica de la izquierda; el uso vergonzoso de la soberanía popular para convertirla en materia de compraventa de votos.
Que los políticos, a izquierda y derecha usan el dinero público para uso partidista es algo desgraciadamente bien conocido. También es evidente que los socialistas españoles tienen en eso un arte especial, como demostraron entre 1982 y 1996. Ningún político es inmune al pillaje y a la corrupción, pero casi todos se avergüenzan cuando son pillados en falta moral. Generalmente, ningún político niega que su comportamiento sea inmoral; lo que hace es negar los hechos, aceptando que, de ser demostrados, constituirían un insulto intolerable a valores y principios morales inviolables.
Sin embargo, Zapatero ha dado un paso más; en reiteradas ocasiones ha defendido públicamente la inexistencia de principios y valores objetivos. No nos resistimos a citar parte del prólogo al libro De Nuevo Socialismo (2002): "En política no hay ideas lógicas. Hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica. En política no sirve la lógica, es decir, en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos; entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas."
El texto constituye la apología de una amoralidad que hemos ido comprobando en cuatro años. Cuando "todo es posible y aceptable", entonces lo es tanto la negociación con ETA como la compra del voto a los más desfavorecidos, la persecución de las víctimas o el asalto de empresas privadas. Desde este punto de vista, la lógica del candidato que no se guía más que por la búsqueda del poder, se impone. Hoy sabemos, porque él nos lo ha dicho, que Zapatero ni se somete ni tiene intención alguna de someterse a algo más que la oportunidad de cada momento; y ésta es, ahora, ganar en marzo. Si hay que comprar el voto, se compra. Ningún problema ¿por qué iba a haberlo si "todo es posible y aceptable"?
La defensa constante que Zapatero viene haciendo de la amoralidad, es decir, el rechazo explícito de cualquier regla cívica o moral, tiene sus consecuencias cuando quien la defiende es el inquilino de La Moncloa. Inevitablemente, traslada a la sociedad un modo de ver la vida determinado, caracterizado por el orgullo ante la mentira descubierta (negociación con ETA), o la compra pública y abierta del voto del ciudadano. Cuando un presidente de Gobierno puede mandar en nombre de la amoralidad, cuando cree que todo le está permitido, entonces los cimientos mismos de la democracia empiezan a resquebrajarse por sus cimientos; los de los principios cívicos en los que se sustenta.
¿Votarán los españoles de izquierda la apología de la amoralidad que representa Zapatero? Muchos de ellos sin duda. En el resto se deben depositar las esperanzas, y allí entran en juego el resto de fuerzas parlamentarias. De IU esperamos más bien poco, habida cuenta de que con Llamazares se ha convertido en el escudero de Zapatero. Si la coalición tiene principios políticos o morales, los esconde muy bien. Del Partido Popular podemos y debemos esperar bastante más: que mantenga cierta decencia política y moral, desechando contemporizar con una izquierda amoral que quiere extender el vacío ético también entre cierta derecha de escasos principios pero muchas ganas de poder. Las últimas decisiones tomadas por Rajoy van por ese camino. Que es el de la victoria.