Los empujones y forcejeos entre la policía española y los agentes de seguridad turco, que se empeñaban en acceder al Palacio de Congresos sin tener acreditaciones para ello, han robado el protagonismo a la puesta en marcha del “I Foro de la Alianza de Civilizaciones” que se celebra en Madrid y dan la medida de hasta dónde choca el perverso buenismo de Zapatero con la realidad de las cosas. Puestos a tratar el asunto con ironía, propondríamos que, en el futuro, Zapatero no pretendiese imponer a los extranjeros nuestras normas de seguridad, y que mostrase, por el contrario, más talante, diálogo y tolerancia con cualquiera que quiera acceder a estos foros, con independencia de que tengan o no acreditaciones para ello.
No caben, sin embargo, ironías en este asunto. El hecho de que un presidente de gobierno español haya hecho suyo un proyecto como el de la “Alianza de Civilizaciones” -simple estratagema del anterior presidente iraní, Mohammed Jatami, para que los regímenes islamistas tuvieran barra libre para conculcar de manera sistemática los derechos humanos-, no es ninguna broma. Más bien se trata de maquillar una imposible e indeseable alianza entre la civilización y la barbarie.
El tiempo dirá si estos saraos en torno a la “Alianza de Civilizaciones” se limitan a una solemne bobada con la que diferentes mandatarios hacen turismo político a cargo de los contribuyentes, o, peor aún, terminan por servir para desarmar moralmente al mundo libre frente a regímenes que, apelando a su identidad cultural o religiosa, reivindican su derecho a marginar a la mujer, a perseguir al infiel, lapidar al homosexual o negar cualquier pluralismo político en su seno.
Más vale reclamar una “alianza entre civilizados”, como dijo Tony Blair, que enmascarar y financiar una suicida y nihilista política de apaciguamiento ante la barbarie como la que impulsa Zapatero.