En El Mundo del domingo, 13, Pedro J. Ramírez comienza su extensísima entrevista a José Luis Rodríguez Zapatero con un relato de los prolegómenos. El caso es que almuerzan en la Moncloa, y Zapatero espolvorea de sal el melón que le han servido de postre. Ante la estupefacción de Pedro J., el Presidente le explica que es una costumbre heredada de su famoso abuelo, el capitán Lozano, y que tiene, además, un significado social: como los pobres no podían tomar el melón con jamón, lo tomaban con sal. Sin comentarios.
Pinturero y decidido
se preparó Pedrojota
para ir a la entrevista
concertada en la Moncloa.
Se abotonó la camisa,
de esas que sólo él se compra,
que hace no sé cuántos lustros
que se pasaron de moda.
Se peinó con galanura
por do la alopecia agosta
las parvas pilosidades
que salvaguardan la chola.
Se ajustó bien los tirantes,
cogió el cuaderno de notas,
puso pilas alcalinas
a su vieja grabadora
y posiblemente en taxi
(eso lo omiten las crónicas)
tomó rumbo hacia el palacio
donde el Presidente mora.
—Buenas tardes, José Luis.
—Buenas tardes, Pedrojota.
Las sonrisas restallaban
en la escalinata airosa.
Y una turba de asesores,
chambelanes y pelotas
se refugió en los jardines
de las miradas chismosas.
Presidente y Periodista
ya se encontraban a solas.
—Comemos antes, si quieres…
—Pues sí, porque ya es la hora.
Y en un comedor coqueto
le dieron a la bucólica,
sonrisa sobre sonrisa,
lisonja sobre lisonja…
El Presidente, simpático
en las distancias más cortas,
charlaba sobre futesas,
sin protocolo y sin pompa,
mientras ambos comensales
iban llenando la andorga.
—Todo está muy rico, Presi.
Tu cocinero es de nota.
—Se lo diré de tu parte.
Pero de postre ¿qué tomas?
—¿Ya no preparáis aquí
aquel helado de moka
que era, cuando Josemari,
colación obligatoria?
—Pues la verdad es que no.
Como verás, Pedrojota,
de unos años a esta parte
han cambiado muchas cosas.
Pero si quieres helado,
mandaré que te lo pongan.
Yo, que no soy muy de dulces,
comeré, si no te importa,
una raja de melón,
fresca, frutal y jugosa.
Un camarero, discreto,
del pedido toma nota.
El tibio sol madrileño
tímidamente se asoma
a los anchos ventanales,
tras las cortinas de blonda.
En el jardín, un jilguero
canta su párvula copla,
y haciendo corro en el parquin,
contraviniendo las normas,
se fuman sus pitillitos
el chófer y los escoltas.
El postre llega a la mesa.
Los comensales dialogan,
mezclando francas sonrisas
y agudezas frivolonas.
El Periodista recoge,
con cucharilla golosa,
pedacitos de su helado
y se los mete en la boca.
El Presidente, entretanto,
tranquilamente fracciona
con tenedor y cuchillo
su austera porción melónica
y, una vez bien fraccionada,
así como si tal cosa,
la espolvorea de sal
de una manera copiosa.
Estupefacto y atónito,
el Periodista interroga:
—¿Melón con sal, Presidente?
—Melón con sal, Pedrojota.
Siempre lo tomo salado.
Y por si el hecho te asombra,
yo te lo explico: mi abuelo,
republicano y demócrata,
según contaba mi abuela,
lo comía de esta forma,
y a mí con tales mixturas
me gusta honrar su memoria.
Pero la sal, además,
es por razón ideológica:
pues sal, en vez de jamón
(que era vianda costosa),
al melón siempre le echaban
la gentes menesterosas.
Y, en fin, que a mí, por ser rojo,
este ritual me emociona
y me parece emblemático,
igual que el puño y la rosa.
En los hoyuelos del presi
una sonrisa se empoza
y sus pupilas de azúcar
se cuajan de vanagloria.
Un lento silencio incómodo
sobrevuela la Moncloa,
llevando tras sí una estela
de latente risa floja.
Más tarde fue la entrevista,
extendidísima y pródiga.
Pero, mirándolo bien,
tanto cuaderno de notas,
tanto guión preparado,
tanto “rec” de grabadora,
después de lo del almuerzo,
ya, ¿para qué, Pedrojota?
