De cara a las elecciones, la izquierda más zafia de Europa ha recuperado a un par de humoristas retirados, los señores González y Gabilondo, que han dicho cosas muy ocurrentes sobre la Iglesia. El joven cómico Blanco cierra el trío de la risa. Es de suponer que el progrerío, jubilado o en activo, no sigue su propia moda de la memoria histórica y desconoce la hoja de servicios del partido, por usar una expresión del gusto de Rodríguez. Debe ignorar la tradicional relación que ha mantenido con la Iglesia, un contacto, digamos, combustible. Y si en los treinta quemaban templos, colegios, conventos y bibliotecas, ahora sólo se mofan. Algo hemos ganado.
A González se le ve un tanto despistado. Un hombre tan bondadoso como él sólo puede por error equiparar la actual dificultad de ser español con la de ser vasco (o catalán, que para el caso es lo mismo). Por eso denuncia con su peculiar sintaxis “el debate falsamente identitario de que el que no es como yo no es español o no es vasco”, y nos deja pasmados. Demasiado tiempo en México, o donde sea que lo pase, que él sabrá. Que alguien le cuente que la cosa no va así. Son los nacionalistas periféricos los que niegan la españolidad, la suya y la de sus súbditos (técnicamente no hay ciudadanía donde ellos mandan). La idea de España es integradora; no niega, afirma.
Naturalmente, la aportación cantinflesca de González abunda en el único argumento en el que el socialismo español se puede instalar sin que se le caiga la cara de vergüenza por haberse acostado con los separatistas que no llevan pistola y haber pedido la mano de los que sí la llevan. Y ese argumento es el no argumento, es el lío estatutario, es el galimatías blancuzco, rubalcábico y zapaterino, es la contribución a la confusión de González, que siempre echa una mano cuando se trata de marear al personal con gansadas.
El PSOE empezó pudriéndose por las manos de tanto meterlas en la caja cuando el émulo de Cantinflas era presidente. Con Rodríguez, la podredumbre ha llegado a la cabeza, y no hay modo de que el socialismo español (o lo que sea) produzca una sola idea que no apeste a rancio, a secta cerrada, a tugurio enrarecido.
Ya tenemos las líneas maestras de la demagogia con la que van a contaminar al personal hasta marzo: la Iglesia es una institución muy atrasada que le tiene que dar explicaciones a Blanco sobre el concepto de familia y cuyos obispos se han de releer la Biblia; el problema nacionalista es un asunto desagradable en el que ellos no participan, aunque sí el PP, que es tan “identitario” y tan excluyente como Batasuna. A este guiso inmundo sólo le falta la sal, la algarada callejera, la campaña de mensajes de móvil, el casus belli, la conducción del odio. Sigan atentos.