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EDITORIAL

Más chapuzas, esto es el AVE

En el oasis catalán nunca pasa oficialmente nada, de ahí que los vecinos clamen en el desierto mientras los políticos viven en la más absoluta e intolerable impunidad

La llegada del AVE a Barcelona está ocasionando una extraordinaria concatenación de chapuzas e improvisaciones que ha colmado hace tiempo la paciencia de los barceloneses. Los socavones, el parón en el servicio de Cercanías y la imposibilidad de inaugurar la línea en diciembre, tal y como Zapatero había prometido, son los últimos episodios de una obra faraónica, costosísima y necesaria, pero en manos de los peores gestores que las obras públicas españolas han tenido en mucho tiempo.

El último incidente en las interminables obras de una línea que sigue, a estas alturas, parada en Tarragona es la inundación persistente –y pestilente– en los bajos de un barrio de Hospitalet de Llobregat. Nadie da la cara ni una solución, la respuesta desafiante de las autoridades, que ni se dignan a culparse entre ellas, es el más olímpico e indignante silencio. En la Cataluña de Montilla, Hereu y Celestino Corbacho, donde todo disparate es posible, coinciden tres administraciones socialistas; la municipal, la regional y la nacional. A pesar de ello ninguna es responsable de nada. Entretanto, los habitantes de la populosa ciudad del cinturón barcelonés padecen lo indecible cuando, por algún estropicio provocado por las obras en el subsuelo, las aguas fecales ascienden hasta la superficie cubriendo sótanos y bajos de los edificios.

En el oasis catalán nunca pasa oficialmente nada, de ahí que los vecinos clamen en el desierto mientras los políticos viven en la más absoluta e intolerable impunidad. Ni esta ni cualquier otra chapuza que esté por venir les inmutará lo más mínimo. Es Barcelona y son las obras del AVE. Todo está permitido.

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