Nunca es tarde si la dicha llega. Al fin, la Iglesia católica, una de las instituciones más profundamente civilizadoras de Occidente y Oriente, ha salido a manifestarse en España a favor de una institución clave de las sociedades desarrolladas: la familia. Al fin, la Iglesia católica ha salido a la calle sola, sin ningún aditamento partidista, a decir que el Gobierno socialista ha robado a la institución de la familia sus derechos. La "legislación civil" sobre la familia en España, sí, la legislación recogida en el Código Civil español sobre la familia, coreada y aplaudida por cientos de medios de comunicación acéfalos, es una salvajada. Punto. Lo sucedido en Colón es muy importante. Miles de personas rezando por la familia ya es un asunto digno de respeto. Es todo un acontecimiento.
Esos miles que allí estaban defendían, más acá de su creencia en Dios, el hecho antropológico básico de la familia. Pero, aunque el valor de la familia es incalculable, las leyes españolas no reconocen esta realidad humana fundamental. Sí, el lenguaje poético, o mejor, el lenguaje de la calle, el lenguaje de la familia que hablan millones y millones de seres humanos, es negado, o peor, no está recogido en el "lenguaje jurídico". A la familia española le han robado sus derechos una legislación puesta en cuestión en el mundo entero. Contra ese robo, miles de españoles se han manifestado. Han rezado para su recuperación. Y, sobre todo, han afirmado que ese valor es inherente a la libertad de la persona. Quieren, en fin, que les sea devuelto lo que unos salvajes les han robado. Quieren que los traten civilizadamente como ellos tratan a todo ser humano, independientemente de su sexo, creencia o ideología.
¿Cuántos había en la reunión de Colón? Muchos, pero más importante que ese dato es constatar que en la parroquia de San Ginés, sita en pleno centro de Madrid, por poner un ejemplo, en la misa de una el templo estaba repleto. Más aún, entre las 10 de la mañana y las 14 horas del domingo 30, las Iglesias del centro de Madrid estaban llenas. Miles de feligreses estaban en misa. Otros miles entraban en los templos a rezar, y otros miles estaban en el acto de celebración por la familia y la vida que había organizado la diócesis de Madrid. Había cristianos por todas partes. Me di un paseo por las Iglesias del centro de Madrid y todas cobijaban a cristianos. Sí, el domingo 30, como cualquier otro domingo del año, las Iglesias de Madrid, y sospecho que otro tanto sucede en el resto de España estaban llenas de fieles.
Natural, dirá algún bienintencionado, ¿o es que acaso no estamos en España? ¿O es que este país se ha hecho de la noche a la mañana ateo o totalitario? Vale, de acuerdo, contestaremos castizamente; pero, es menester, tal y como están las cosas, constatar este hecho decisivo que niega el Gobierno de Zapatero. Millones y millones de españoles son cristianos de creencia o culturalmente. He ahí el grandioso acontecimiento, o dato básico, que el Gobierno socialista quiere matar. El Gobierno ataca a millones de ciudadanos españoles sólo por profesar la fe cristiana. Es en este preciso contexto donde debemos ubicar el acontecimiento de la plaza de Colón. Es ahí donde se pone en evidencia, una vez más, el enfrentamiento entre los defensores de la libertad y los que consideran que el hombre es un esclavo del Estado.
El conflicto entre la Conferencia Episcopal Española y el Gobierno socialista es una lucha entre la libertad y su contrario. La Iglesia, que siempre defendió su soberanía, se ha constituido como una verdadera fortaleza de libertad frente a un Estado despótico y autoritario. La diferencia entre la Conferencia Episcopal española y el Gobierno socialista no es de grado sino de fondo. Los socialistas confían en el Estado el desarrollo del individuo, o sea, el individuo tiene que someterse a sus dictados. Por el contrario, la Iglesia, y en eso coincide con otros muchos ciudadanos que no se acogen a principios sobrenaturales, desconfía y somete a crítica a quienes creen "conocer las leyes que rigen el futuro de los individuos y la humanidad".
En la Plaza de Colón, frente a lo que mantendrá el hombre-masa, el salvaje cerril, entregado a los dictados del Gobierno despótico, sólo había hombres y mujeres libres, con un objetivo común defender los valores de la libertad y la familia.