El vespertino Le Monde está de nuevo en crisis: la troika dirigente ha presentado su dimisión pocos meses después de haber sido nombrada. Se trata de tres perfectos desconocidos, salvo tal vez Eric Fottorino, pero no por su labor como codirector del diario, sino por haber publicado algunas novelas mediocres. El motivo de esta dimisión es la violenta ofensiva que contra su dirección ha desatado la "sociedad de redactores", que actúa como un Saint-Just colectivo y ya ha "guillotinado" al antiguo director Jean-Marie Colombani, le ha puesto de patitas en la calle a Alain Minc, presidente del Consejo de Vigilancia (por haber votado a Sarkozy), etc. Parecen regirse, estos inquisidores, según el principio de que más vale solos que mal acompañados. Y lo están logrando.
No obstante, los pretextos de esta nueva crisis no son políticos sino empresariales. Desde que Jean-Marie Colombani se hiciera con la dirección de Le Monde, en 1994, en un momento en que la deuda del diario aumentaba, el nuevo director se zambulló, pese a carecer de fondos, en un programa de expansión, comprando a troche y moche todo tipo de publicaciones. Eran operaciones "de prestigio" muy poco rentables, con lo cual el déficit creció considerablemente. Así, lo primero que hizo la nueva dirección fue vender todo lo que pudieron. Paralelamente, Colombani nombró al trotskista Edwy Plenel director de la redacción, y éste impuso al periódico un tono sectario, a veces violento, lo cual molestó a los lectores habituales de Le Monde, burgueses de izquierda que apreciaban la hipócrita "objetividad" y la mesura jesuítica de su periódico, que siguió perdiendo lectores y, por lo tanto, dinero. Echaron a Edwy Plenel y, desde entonces, Le Monde va dando bandazos. Echan a Colombani y lo mismo, o peor.
El éxito de Le Monde en sus primeros años de existencia, bajo la dirección de Beuve-Mary, se debió a su prestigio de diario objetivo y serio y a la abundancia de sus informaciones nacionales e internacionales. Era una fama muy exagerada, pero menos que ahora. Por ejemplo, Le Monde siempre prefirió, aunque fuera de manera hipócrita, la Unión Soviética a los Estados Unidos, al igual que De Gaulle, al que Beuve-Mery admiraba. Desde entonces, las cosas han ido estropeándose poco a poco. De diario aparentemente objetivo y bien informado, aunque partidario de la izquierda de gobierno, se fue transformando, con Plenel, en órgano de combate izquierdista. Ahora no es nada, no sabe adónde va ni lo que quiere, no tiene "alma", o para decirlo más llanamente, no tiene línea editorial. Y además, o sobre todo, se ha convertido en un periódico aburrido. Yo lo leí prácticamente todos los días durante 50 años y me llevaba frecuentes berrinches, pero enfadarse no aburre. Ahora en cambio lo compro de vez en cuando, pero no lo leo porque no tiene el menor interés. No es capricho mío, sino un fenómeno colectivo; sus lectores desaparecen. Un diario sin lectores es como un enfermo en coma profundo, y no bastará con cambiar otra vez de director si no se sabe para qué. No iré a su entierro.