La perplejidad es un conocimiento instantáneo de la realidad. Es una forma de saber en grado sumo. La perplejidad puede alcanzar fácilmente la excelsitud. Puede uno quedar perplejo, paralizado, ante tanta evidencia. Eso es, en efecto, la perplejidad: "Ver más allá de toda duda". La perplejidad se da la mano con la certeza absoluta. El perplejo no duda. Sabe. Tanto sabe que o grita o guarda silencio para siempre. Esa perplejidad la vivió directamente Pedro J. Ramírez en la COPE cuando afirmó: "Un aborto de un feto de 31 semanas es un asesinato."
Sin embargo, nada tenía que ver esa evidencia, esa sabiduría del alma ante el asesinato de una criatura a punto de nacer, con la declaración de "perplejidad" que hizo Pedro J. ante la cuestión del aborto. Pero no es difícil imaginar que, con este término "perplejo", Pedro J. quiso decir indeciso, sin criterio bien formado, sobre la causa de la vida o la muerte de un nacisturus, de alguien con derechos que está a punto de nacer... Indeciso, sin criterio, "perplejo" también se sentiría Pedro J. sobre cuál es el derecho que le puede o no asistir a la madre sobre la vida y la muerte de su hijo. Y, sobre todo, "perplejo" se sentiría Pedro J. ante su auténtica perplejidad que le hizo decir: "Abortar un feto de 31 semanas es un asesinato". ¿31 semanas? ¿Por qué no sería un asesinato abortar un feto de 30, 24 o 20 semanas? ¿Quién pone el límite? ¿Quién determina con claridad cuando un aborto es un asesinato?
Haría bien en contestar estas preguntas el director de un diario nacional, creador de opinión pública política y moral, porque si no corre el riesgo de que alguien le acuse de contradicción. No es, en efecto, coherente decir sin ruborizarse intelectualmente: "Estoy perplejo ante el asunto del aborto, pero sé que un aborto sobre un feto de 31 semanas es un asesinato." Creo que en este asunto o se tienen algunas ideas claras o se corre el riesgo de la desmoralización del hombre español, que renuncia a los principios a favor de la casuística, o peor, del pragmatismo, por no contradecir a una sociedad-basura que ha hecho del aborto una forma primitiva de anticoncepción.
Es menester que Pedro J. siga el principio derivado de su genuina perplejidad, o sea, de su saber, y renuncie al pragmatismo "inmoral" del que dice no tener criterios claros sobre el aborto, el asesinato. Quedarse detenido en la "perplejidad" reconciliada con la maldad reinante, con la maldad de quien no se alarma con 100.000 abortos anuales, sería tanto como ser confundido con el gran pragmatista, el gran inmoral de la política española actual, Zapatero, que ya ha lanzado un globo sonda a la sociedad para convertir un delito, el aborto, en un "derecho" antes de comenzar la campaña electoral.
Con todo, es de agradecer el paso dado por Pedro J., porque, sin alcanzar la claridad de juicio que requiere la cuestión, supera la "indecisión" de salvajismo instalado en una parte de la sociedad. Él, al menos, nunca apagaría la radio al oír hablar del aborto. No se pondría "enfermo", como les sucede a cientos de periodistas, cuando oyen hablar de máquinas trituradoras de fetos de 30 semanas. No cerraría nunca los ojos ante las fotos de los cuerpecitos troceados que han salido en televisión. No creo, en verdad, que Pedro J. no quiera saber nada de esa realidad. Está, pues, lejos de esos otros primitivos, de esa gente salvaje, que considera el aborto antes un derecho que un delito. Está lejos, sí, pero no enfrentado. Pero, por desgracia, la cuestión del aborto es algo más que una cuestión ideológica; nos impele a todos a tomar partido. Nadie que se llame humano puede presenciar un asesinato y encogerse de hombros.