Después de que este martes el presidente del PP, Mariano Rajoy, mostrara su disposición a enfrentarse a Zapatero en un debate, a condición de que no fuera en TVE, los coordinadores de la campaña del PSOE y el PP han confirmado que habrá dos cara a cara, aunque por el momento siga la incógnita sobre la televisión en que se celebrarán y cuáles serán su formato y contenido.
Al margen de ello, se trata de una buena noticia, pues, en democracia, la celebración de estos debates supone, con independencia de lo reñido que estén los pronósticos, tanto un deber de los principales candidatos a la presidencia como un derecho de todos los ciudadanos llamados a las urnas.
Para nosotros la noticia es doblemente positiva pues consideramos que Rajoy, al margen de su superior programa, cuenta con una espléndida capacidad dialéctica y es perfectamente capaz de "noquear" –valga la expresión– al presidente socialista, siempre y cuando el candidato popular no deje atenazar su sentido común por el exceso de confianza y, sobre todo, por esos complejos y perfiles bajos inducidos, que, con frecuencia, deslucen y desbaratan su liderazgo.
Aunque sea injusto olvidar el papel determinante que la masacre del 11-M logró en el vuelco electoral del 14-M, sí cabe recordar la absurda negativa de Rajoy de enfrentarse en un cara a cara con Zapatero en las pasadas elecciones; negativa de la que aún sacan provecho y pecho los socialistas.
Lo lamentable es que la aceptación de ahora de Rajoy ha incluido unas condiciones innecesariamente previas y públicas, que refuerzan torpemente esa imagen timorata y renuente que tratan de explotar los socialistas. Entiéndasenos bien: conocemos el escoramiento del sector televisivo en favor del aparentemente despreocupado Zapatero tanto como compartimos la negativa de Rajoy a celebrar un debate en TVE, una televisión tan abiertamente progubernamental y tan sectaria, por cierto, como Cuatro, donde sí ha aceptado ir.
Ahora bien, la cuestión de dónde se debate lo debían fijar los coordinadores a puerta cerrada –como ocurre con el qué y el cómo se debate–, una vez hecha pública lo que debía haber sido, por parte de ambos candidatos, una total, incondicional y entusiasta aceptación al cara a cara. De otra forma, el poder de presión en lo mucho que queda por negociar en torno a esos debates será ahora sensiblemente mayor por parte de los socialistas, pues, en caso de ruptura de baraja, Rajoy y sus públicos antecedentes serán señalados como los culpables de que no haya el deseado encuentro televisado. Por otra parte, Rajoy ha tenido muchas mejores ocasiones de denunciar públicamente la falta de pluralismo de TVE que justo en el momento de aceptar el debate.
En cualquier caso, es tal nuestra confianza en la superioridad dialéctica de Rajoy y en lo mucho que tiene que ganar con estos debates que estas consideraciones nuestras de comunicación bien pueden resultar un asunto menor comparado con su capacidad para batir dialécticamente, donde sea, como sea y cuantas veces sea, a José Luis Rodríguez Zapatero.