A Z no le gusta que le abucheen, al menos en público. Le tiene más miedo a un par de exabruptos callejeros que a perder un "uno contra uno" al baloncesto con sus amigos, los dueños de La Secta. Vamos, que no lo soporta. Y es una desilusión porque cuando le veíamos encabezar aquellas manifestaciones violentas contra el PP a cuenta de la segunda parte de la Guerra de Irak, pensábamos que al tipo le iba la bronca callejera. Pues parece que no. Este es como los borrokillas a la violeta, que sólo sacan pecho cuando son mayoría y llevan las de ganar.
Su pánico cerval a que se repita una situación que ya viene siendo habitual cada vez que aparece en público, le lleva a insultar esta vez a los miembros de la Guardia Civil, cuyo respeto a la autoridad es proverbial. En mi familia política hay cuatro guardias civiles, tres de los cuales han servido en el País Vasco. Nunca les he escuchado un comentario soez o una frase recia sobre Z, y eso que ninguno está de acuerdo con su gestión en materia terrorista. Como presidente del Gobierno legítimamente elegido cuenta con la lealtad del cuerpo que más ha sufrido el zarpazo terrorista, aunque no lo merezca ni sea consciente de ello.
Los que no merecen, en cambio, que se les prohíba despedirse de un compañero caído como se merece son ellos, los guardias civiles, tratados por La Moncloa en el funeral por Fernando Trapero como si fueran una banda de alborotadores, es decir, como aquellos que se manifestaban junto a Z y apedreaban las sedes del PP cuando estaba en la oposición.
El problema de Z no es que la gente descontenta con su gestión exteriorice su cabreo en cuanto se les pone a tiro, sino que los que le votan no tienen el menor interés en salir a la calle a decirle lo guapo y lo listo que es para contrarrestar a quienes le abroncan. Z no tiene quien le defienda, cosa bien triste para un personaje convencido de haber venido al mundo para cambiarlo de raíz a base de talante.
A Felipe González no le pasó nada parecido ni en los peores tiempos de Filesa y el GAL. Z debería preguntarse por qué. ¿Tal vez porque a pesar de todo tenía una cierta noción del respeto que un presidente debe a la constitución, al contrario que su sucesor en el PSOE? Mas no desesperemos. En cuanto Pepiño le pegue un par de neuronazos a este asunto seguro que da con la clave.