No eres, Rajoy, un líder atractivo,
ni un firme candidato carismático.
No eres esplendoroso y mayestático,
ni un campeón guerrero y combativo.
No eres un adalid imperativo,
ni un capitán intrépido y enfático.
No eres un terremoto democrático
ni un ídolo eficiente y revulsivo.
Eres un tanto pánfilo de aspecto,
con aire paternal y circunspecto
de señorón antiguo y demodé.
Pero, aunque no te encumbre ni te alabe,
te votaré, Rajoy, para que acabe
la atroz calamidad de Zetapé.