El espectáculo que ha ofrecido la ministra de Fomento este miércoles en la sesión de control al Gobierno ha entrado en la categoría de los irrepetibles y certifica la situación caótica que está viviendo el Gobierno. Magdalena Álvarez está protagonizando una huida hacia ninguna parte, respondiendo con chulería y burlándose de su propio electorado en su intento por mantener el tipo cuando está políticamente hundida.
La ministra Álvarez, lejos de aceptar que su gestión ha sido un desastre, que las obras del AVE siguen provocándonos sobresaltos cada dos por tres, que su incapacidad para gestionar es notoria, que su capacidad de reacción es inexistente, ha adoptado la posición de quien se cree por encima del bien y del mal. Está herida de muerte, pero la soberbia que le da el poder le hace pensar que puede aguantar todo lo que se le venga encima. Pero se ha pasado de frenada.
Una ministra vapuleada en el Parlamento de Cataluña, destrozada en el Congreso de los Diputados, que ha salvado el sillón por la mínima no puede responder, como ha hecho este miércoles, con chulería, displicencia, desprecio y altivez. Lady Aviaco es una ministra derrotada y no puede ahora pensar que con soltar dos fanfarronadas en el Congreso va a pasar la tormenta, por el simple hecho de que esto no es una tormenta pasajera sino la constatación de un fracaso: el suyo, el de su gestión, el de su soberbia.
Álvarez, a cien días de las elecciones, debería por lo menos tener la vergüenza torera de esconderse, procurar pasar desapercibida e intentar solucionar discretamente algún problema, si es que sabe hacerlo, para así no hacer más daño a su Gobierno. Pero nada de eso. Álvarez, lejos de mantener la compostura, se ha hecho fuerte en el desastre y se ha venido arriba justo cuando se encuentra en el momento más crítico de la legislatura.
En un momento en que debería quitarse de en medio y trabajar en silencio, Lady Aviaco se muestra dispuesta a seguir en el escaparate como si aquí no pasara nada. Pero dado que se ha salvado por la campana, debería ser consciente de que sigue en el borde del precipicio y que en cualquier momento puede acabar en su casa. La legislatura no se ha terminado.