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Pío Moa

La ilegitimación de la monarquía

En efecto, la ley intenta repudiar como absolutamente ilegítimo el franquismo, con lo cual se ilegitima de paso a la monarquía evidentemente salida de él, y para colmo se obliga a firmar al monarca su propia ilegitimidad.

Ya he señalado cómo la ley llamada, por sarcasmo, de "memoria histórica", en realidad la Ley de la Checa, refleja su verdadero carácter y la catadura moral de sus autores al pretender equiparar como "víctimas" del régimen anterior tanto a los inocentes como a los asesinos, extendiendo el reconocimiento de la "dignidad" de los García Atadell y la reparación económica (¡por supuesto!) a los pistoleros etarras que empezaron a asesinar en 1968, otro paso en el "proceso de paz" que sigue en pie.

Pero no pocas veces dejamos de percibir lo más evidente. Ayer coincidí por azar con Fernando Suárez, el político que dio la señal de partida para la Transición en las Cortes franquistas. "Lo grave de la Ley de memoria histórica –comentó– es la firma, es quien va a tener que firmarla". No es lo único grave, pero tiene una gravedad excepcional. Pues, en efecto, la ley intenta repudiar como absolutamente ilegítimo el franquismo, con lo cual se ilegitima de paso a la monarquía evidentemente salida de él, y para colmo se obliga a firmar al monarca su propia ilegitimidad. A partir de ahí, la monarquía queda a merced de cualquier politicastro iluminado en espera del momento oportuno. Una jugada artera e insidiosa digna de precedentes como la maniobra de destitución de Alcalá-Zamora por Prieto y Azaña, golpe de estado apenas encubierto.

No se olvide que el PSOE, como el PCE y otros, llegaron a la transición con la idea de liquidar la "monarquía franquista", romper el plan de reforma del régimen e imponer una ruptura que borrase cuarenta años de historia de España, tan fructíferos en muchos aspectos, para enlazar con el convulso Frente Popular. No tuvieron entonces la fuerza necesaria para llevar a cabo sus planes y tuvieron que aceptar la reforma, pero estos enterradores de Montesquieu nunca han sido leales a la monarquía ni a la democracia y ahora parecen creer que va llegando su momento.

Y he aquí la clave: la monarquía constitucional en la España de los siglos XX y XXI está asociada a las libertades y a un progreso material acumulativo, mientras que la república va unida a la convulsión, a las tensiones separatistas y al arruinamiento de la democracia (no se trata de una excepción: la mayoría de las repúblicas del mundo son corruptas dictaduras y las monarquías europeas son democracias). No por casualidad el PSOE ha protagonizado los años de mayor corrupción y mayores ilegalidades desde el poder que ha vivido España, exceptuando las del Frente Popular. No por casualidad el PSOE mostró su verdadero rostro en la oposición con sus manifestaciones tumultuosas bajo las banderas del Gulag y de la república mezcladas en sus asaltos a sedes del PP, a supermercados, sus destrozos del mobiliario urbano, etc. Y las constantes movilizaciones y expresiones republicanas en la prensa, los insultos y quemas de retratos y demás acciones muy publicitadas, forman parte de la campaña.

Se nos plantea a los españoles, con creciente claridad, la elección entre la democracia salida del franquismo, la monarquía constitucional salida del franquismo y el nuevo Frente Popular, la Infame Alianza de socialistas, comunistas, separatistas y terroristas. Una elección que sobrepasa en mucho la votación al PSOE o al PP.

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