Como todo el mundo sabe, cuando se inventó el cinematógrafo las que se tienen por primeras imágenes filmadas se llaman "obreros saliendo de la fábrica". Es lo que Emilio Zola ya había hecho años antes, en su naturalismo, para observar y anotar a los obreros, sólo que el cinematógrafo aún no existía. Bueno, pues aquellas secuencias de protocine nos muestran a lo que parecían trabajadores explotados y eran realmente trabajadores explotados.
Y desde luego sus macilentas pintas vestidas de borra y arpillera abrigando una tuberculosis o una silicosis no se parecían en nada a las de los liberados sindicales de ahora, ni, aún menos, a esos zangolotinos de la extrema izquierda que se dan de palos supuestamente en nombre del proletariado en plena plaza del Sol de Madrid. Cómo ha cambiado la revolución. A los revolucionarios de ahora lo más trágico que le ha ocurrido en la vida es quedarse sin batería en el móvil, "¿saesss?". O sea, como muy.
Porque los revolucionarios de ahora, a juzgar por las imágenes de los disturbios, tienen todos pinta de muy bien comidos, mejor bebidos, estupendamente dormidos y no peor fornicados. Y, por si poco fuera, con cobertura en el móvil. Vamos, que son de la misma clase de revolucionarios que cierto secretario de unas juventudes comunistas periféricas, al que un día sus camaradas llamaron a casa pasadas las doce de la madrugada, respondiendo al teléfono la fámula o "marmota" de sus papis: "Lo siento, el señorito no quiere que nadie le despierte y no se puede poner". Los señoritos revolucionarios que, una vez despertados al caer sobre las sábanas el "sol de naipe" (que decía González-Ruano) de las mil de la madrugada, se dedicaban otro día a intentar matar policías, logrando sólo herir a un par de ellos, porque esto de ir contra el Sistema es así de enrollado, no tenían aspecto de estar demasiado sojuzgados por ese Sistema.
Todas las niñas en primera línea de pancartas (ver, ejemplo, la portada del diario La Razón del viernes) lucían sonrosados arreboles en los mofletes como para jugar con ellos al abejorro. Se nota que esas niñas agudizan las contradicciones internas del Sistema poniéndose ciegas a McMenús porque el capitalismo las obliga a ello, como los fascistas obligaban al difunto Haro Tecglen a escribir aquellos artículos entusiastas sobre la Cruzada y el Invicto. En la manifa para "parar el fascismo", todas y todos gritando consignas de forma que podemos observar sus magníficas dentaduras, algo que jamás hubiese estado al alcance del más rico de esos revolucionarios que llevan en las camisetas. Ni siquiera el Ché, el más pijo de todos ellos. ¡Ah, esta juventud rosada, cebada, ahíta de autoindulgencias y terrorista! ¡El proletariado!